“Quiero
insistir aun más en esto. Uno de los peores hábitos en los que un predicador
puede caer es el de leer la Biblia simplemente con el fin de encontrar textos
para sermones. Eso es un verdadero peligro, por tanto debes reconocerlo,
combatirlo y resistirlo con todas tus fuerzas. No leas la Biblia para encontrar
textos para sermones; léela porque es el alimento que Dios ha provisto para tu
alma debido a que es la Palabra de Dios, porque es el medio por el que puedes
conocer a Dios. Léela porque es el pan de vida, el maná provisto para el
sustento y el bienestar de tu alma.
Insisto
en que el predicador no debe leer su Biblia con el fin de hallar textos, sino
leerla de esa otra manera, como por supuesto deben hacerlo todos los
cristianos; y de repente, mientras está leyendo, encontrará que destaca una
declaración particular y que le golpea y le habla a él, e inmediatamente le
sugerirá un sermón.
Aquí
deseo decir algo que considero, en muchos sentidos, el descubrimiento más
importante que he tenido en mi vida como predicador. He tenido que descubrir
esto por mí mismo, y todos aquellos a quienes se los he dicho siempre han
estado muy agradecidos por ello. Cuando estás leyendo tus Escrituras de esta
manera, independientemente de si has leído poco o mucho, si un versículo
destaca, te afecta y te hace parar, no continúes leyendo. Detente
inmediatamente y escucha. Te está hablando, por tanto escúchalo y habla con él.
Deja de leer inmediatamente y trabaja sobre esa afirmación que te ha afectado
de esa manera. Continúa haciéndolo hasta el punto de elaborar el bosquejo de un
sermón. Este versículo o declaración te ha hablado a ti, te ha sugerido un
mensaje. El peligro que he descubierto en cuanto a este asunto es decirse a uno
mismo: “Oh, sí; eso es muy bueno, lo recordaré”, y después proseguir con la
lectura. Entonces, al acercarse el fin de semana, te encontrarás sin sermón
para el domingo, sin tan siquiera un texto, y te preguntarás: “¿Qué es lo que
leí el otro día? ¡Ah, sí! Tal versículo de tal capítulo”. Entonces volverás a
él y descubrirás para tu consternación que no te dice nada en absoluto; no eres
capaz de recordar el mensaje. Por eso digo que, cuando se te ocurre algo, debes
detenerte inmediatamente y elaborar el bosquejo de un sermón en tu mente. Pero
no hay que quedarse ahí: escríbelo.
Durante
muchos años no he leído nunca mi Biblia sin tener un cuaderno de notas sobre mi
mesa o en el bolsillo; y en el momento en que algo despierta mi interés o me
llama la atención lo escribo inmediatamente. El predicador debe ser como una
ardilla y aprender a recoger y almacenar material para los futuros días de
invierno. Por tanto, no te limites a elaborar el bosquejo; escríbelo, porque de
otra manera no lo recordarás. Piensas que sí, pero pronto descubrirás que no.
El principio aquí es exactamente el que opera en relación con los exámenes.
Todos sabemos lo que es sentarse a escuchar una conferencia y oír al
conferenciante decir determinadas cosas. Mientras lo escuchas dices: “Sí, está
bien, eso ya lo sé”. Pero posteriormente entras al aula de exámenes y tienes
que responder a una pregunta sobre esa cuestión y, de repente, te das cuenta de
que no sabes demasiado de eso. Pensabas que sí, pero no. Así, pues, la regla es
la siguiente: cuando se te ocurra algo, ponlo por escrito. El resultado es que
pronto descubrirás que de esa manera has acumulado una pequeña cantidad de
bosquejos, esqueletos de sermones. Entonces serás verdaderamente rico”.
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Nota: Considero que este sabio consejo
solo es posible realizarse si es fruto de la continua dependencia, sensibilidad
y comunión con Dios en la oración y lectura de Su Palabra. En lo personal,
mantengo mi convicción acerca del equilibrio entre el estudio y la preparación
anticipados y debidos del sermón; y la dependencia y llenura del Espíritu Santo
durante el acto de predicar; pero apegado y alineado siempre a las Escrituras
(A diferencia del típico: "Dios me dijo...").
El
Ps. Sugel Michelén, de la
Iglesia
Bíblica del SEÑOR Jesucristo describe la predicación de la siguiente
manera: “Predicación es la comunicación en forma de discurso oral de un mensaje
EXTRAÍDO DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
a través de una EXÉGESIS CUIDADOSA
transmitido con autoridad, convicción, denuedo, pasión, urgencia y compasión, a
través de toda la personalidad de un HOMBRE
REDIMIDO, LLAMADO Y CALIFICADO POR DIOS bajo la influencia y el poder DEL ESPÍRITU SANTO PARA LA GLORIA DE DIOS
EN CRISTO, la SALVACIÓN de los
pecadores y la edificación de las almas” (Mayúsculas añadidas).
Si
deseas saber más acerca de este equilibrio, puedes escucharlo también en el
mensaje: “Predicando en el poder del Espíritu Santo”, por el Ps. Sugel Michelén:
http://www.youtube.com/watch?v=h6NdQGmBoak.
¡Sólo a Dios la
Gloria!
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Fuente bibliográfica:
“La predicación
y los predicadores”; capítulo 9: “La preparación del predicador”; de D. Martyn
Lloyd-Jones. Págs. 194-196.