INTRODUCCIÓN
¡Esos problemas de
memoria!
A
todos nos ha pasado: Hay un momento en que nos detenemos en la escalera y, de
repente, nos preguntamos cuál fue la razón por la que bajamos en primer lugar. Pasamos
varios minutos intentando pensar qué era aquello que tanto urgía hacer sin
éxito alguno. Sólo hasta después de cierto tiempo llegamos a recordar aquello
que en su momento habíamos olvidado.
No
solo tenemos problemas para recordar las cosas más sencillas o elementales;
incluso por más que nos esforzamos, terminamos olvidando aquello que es
realmente urgente, como pagar una factura de la compañía de la luz o del agua,
o realizar un depósito en el banco (encima, fuera de su fecha de vencimiento);
o tratar de no llegar tarde a la cena de aniversario de bodas o al primer
partido de fútbol de su hijo. En lo personal, gracias a Dios, soy capaz de
recordar mis citas y compromisos con fecha y hora; pero no soy capaz de ubicar
dónde dejo mis cosas personales (en cierta ocasión buscaba con desesperación mis
lentes, sin darme cuenta que los tenía enfrente de mí, sobre mi escritorio… un
caso extremo, lo sé). Para los especialistas en el tema, esto es lo que se
conoce como un problema de memoria a corto plazo. Para nosotros, es todo un
caos práctico.
Para
bien o para mal, todos tenemos que trabajar forzosamente para hacer memoria de
asuntos importantes. Pero ¿Qué sucede cuando el sufrimiento se presenta sin
previo aviso?, Cuando transitamos en medio de experiencias difíciles ¿Hay algo
que valga la pena recordar sobre cómo actuar y sobrellevar dichas experiencias?...
Precisamente el Salmo 143, de la autoría del Rey David, nos invita a
esforzarnos por hacer memorias de cosas muy significativas.
¿Qué hay con el
Salmo 143?
Salmo
143 “Oh Señor, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas, respóndeme
por tu fidelidad, por tu justicia; y no entres en juicio con tu
siervo, porque no es justo delante de ti ningún viviente. Pues el enemigo
ha perseguido mi alma, ha aplastado mi vida contra la tierra; me ha hecho morar
en lugares tenebrosos, como los que hace tiempo están muertos. Y en mí
languidece mi espíritu; mi corazón está consternado dentro de mí. Me
acuerdo de los días antiguos, en todas tus obras medito, reflexiono en la obra
de tus manos. A ti extiendo mis manos; mi alma te anhela como la
tierra sedienta. (Selah) Respóndeme pronto, oh Señor, porque mi
espíritu desfallece; no escondas de mí tu rostro, para que no llegue yo a ser
como los que descienden a la sepultura. Por la mañana hazme oír tu
misericordia, porque en ti confío; enséñame el camino por el que debo andar, pues
a ti elevo mi alma. Líbrame de mis enemigos, oh Señor; en ti me
refugio. Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen
Espíritu me guíe a tierra firme. Por amor a tu nombre, Señor,
vivifícame; por tu justicia, saca mi alma de la angustia. Y por tu
misericordia, extirpa a mis enemigos, y destruye a todos los que afligen
mi alma; pues yo soy tu siervo” (LBLA).
Los salmos contienen una variedad respuestas a Dios en oración, en canto, alabanza, poesía y adoración. El Salmo 143 no es la excepción. En
el contexto de estos versículos nos anuncia dos cosas:
- David está siendo perseguido y oprimido por sus enemigos (vers. 3, 9 y 12).
- El estado de ánimo de David: sentimientos de persecución (vers. 3), espíritu y corazón afligidos (vers. 4), sin fuerzas y con temor a la muerte (vers. 3 y 7), y su alma se halla angustiada (vers. 11-12). Su oración está cargada con mucha súplica y desesperación (vers. 1, 7 y 11).
En
el salmo 143 existe un énfasis que nos enseñará sobre cómo hacer un uso
práctico de hacer memoria de las obras y atributos de Dios.
1) Haciendo memoria
de que Dios es Padre
Salmo
143:1, 5, 7-8 “Oh Señor, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas, respóndeme
por tu fidelidad, por tu justicia […] Me acuerdo de los días antiguos, en todas
tus obras medito, reflexiono en la obra de tus manos. […] Respóndeme
pronto, oh Señor, porque mi espíritu desfallece; no escondas de
mí tu rostro, para que no llegue yo a ser como los que descienden a la
sepultura. Por la mañana hazme oír tu misericordia, porque en ti confío;
enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma” (LBLA).
Hay
dos aspectos que quiero mencionar sobre estos textos bíblicos descritos arriba.
En primer lugar, recordemos que David está
sufriendo mucha oposición y opresión de sus enemigos. Bajo este contexto es por
el cual David ora (vers. 1, 5, 7-8). Él es muy conocido como un hombre fuerte
en el área de la oración, debido a que gran parte de sus salmos contienen
oraciones dirigidas a Dios. Es un punto importante considerar el tema de la
oración, porque, como dijo Edward M. Bounds, “La oración es relación con Dios”.
Lo cual es cierto. Tener a Dios por Padre implica “relación”, por tanto, la
relación filial y reverente se sustenta por medio de la oración. David tenía
muy presente este concepto de paternidad divina: “El me clamará: Mi padre eres
tú, mi Dios, y la roca de mi salvación” (Salmo 89.26); “Como el padre se
compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13);
y “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me
recogerá” (Salmo 27:10).
Nosotros
los creyentes, sabemos que nadie puede llamar “Padre” a Dios, sin la mediación
de Jesucristo. Es por medio de Él que somos hijos de Dios: “Mas a todos los que
le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Parte de la misión
salvífica y de los padecimientos de Cristo es llevar muchos hijos a la gloria
del Padre (Léase Hebreos 2:10). Y como nuestro Maestro en la práctica de la
oración, muchas veces se dirigió al SEÑOR como Su “Abbá”, Su Padre (Léase Mateo
11:25-26; Marcos 14:36). Al igual que Jesús, también nosotros podemos llamar
Padre a Dios: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6); y “Vosotros,
pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu
nombre” (Mateo 6:9).
Por
último, el mismo SEÑOR Jesús afirmó que sólo podemos hacer oraciones y
peticiones en Su nombre: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo
haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi
nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14). Por tanto todo cuanto pidamos en oración,
si es bueno para nuestra salud, crecimiento y aprovechamiento espirituales –y
en el nombre del Hijo de Dios–, el Padre nos lo concederá: “Pues si vosotros,
siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro
Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo
7:11). Ya que Él es nuestro Mediador entre Dios y nosotros (Léase 1 Timoteo
2:5) y por quien tenemos acceso con confianza al trono de la Gracia para hallar
misericordia y oportuno auxilio (Léase Hebreos 4:16).
En segundo lugar, David recuerda la fidelidad de
Dios en cuanto a Sus promesas. Él fue designado rey por elección soberana de
Dios, y a quien se le hizo la promesa de que su reino sería afirmado para
siempre, no le faltaría descendencia en su trono, su sucesor tendría una
relación especial de Padre a hijo con el SEÑOR; además de que es una promesa
inmutable e inquebrantable (Léase 2 Samuel 7:11-16). A pesar de su
desesperación y del peligro que se encuentra, el salmista nos enseña a “mirar
atrás”: “Me acuerdo de los días antiguos…” (vers. 5). No es un “mirar atrás”
para dolerse del pasado o abrir viejas heridas ya perdonadas; sino, más bien,
un “mirar atrás” para hacer memoria de la fidelidad de Dios en cuanto a sus
promesas. David no ha olvidado las incontables veces en que Dios demostró Su
favor para con él sin merecerlo: “Por la mañana hazme oír tu misericordia,
porque en ti confío; enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo
mi alma”. Por causa de Su misericordia, es que David alza al cielo su fe en Él
desde horas muy tempranas.
El
salmista nos enseña que cuando las tribulaciones estén por tocar a la puerta de
nuestra vida; lo mejor es retroceder en el tiempo con nuestra memoria y apelar
a la fidelidad y misericordia del SEÑOR: “Por la misericordia de Jehová no
hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son
cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23); porque no solo
Dios es nuestro Padre, sino también es “Padre de misericordias”: “Bendito sea el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda
consolación” (2 Corintios 1:3). ¿Cuántos momentos difíciles hemos pasado y Dios,
por Su misericordia, nos ha librado de ellos? Puede ser un desempleo, una
crisis matrimonial o una enfermedad, la rebeldía de los hijos o el abandono del
padre; etc. Situaciones y circunstancias incómodas, dolorosas, traumáticas que
nos dejan fuera combate y sin ganas de seguir adelante. Pero, la fidelidad y la
misericordia de Dios en los días pasados, tarde o temprano, nos llevarán a la
humillación, a la convicción y al reconocimiento que a pesar de todo, Dios es
inmutable, eterno, misericordioso y todobondadoso. Citando a un autor anónimo:
“Dios es bueno, todo el tiempo. Todo el tiempo, Dios es bueno”, en concordancia
con la Escritura: “Porque Él es bueno, porque Su misericordia es para siempre”
(2 Crónicas 5:13; 7:3). Hagamos un brevísimo recuento de algunas de tres de Sus
promesas y de Sus actos de misericordia para con nosotros:
La promesa de Su
amor. Dios
profesa amor eterno por nosotros: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te
prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3b) y Su amor se tradujo en sacrificio
radical: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Nos amó a pesar de
nosotros mismos, de nuestra enemistad con Él, y se glorificó al rescatarnos de
Su ira, de Su juicio, de la condenación eterna y del poder del pecado por medio
de dar a Su Hijo en sacrificio por nuestros pecados (Léase Juan 3:16-21;
Romanos 3:10-12, 6:23; 2 Corintios 5:21 y Efesios 2:1-3). Gracias a la obra del
SEÑOR Jesucristo, existe vía de reconciliación por medio de Él, y el hecho de
ser adoptados como hijos de Dios y llamarle: “¡Abbá, Padre!”. Como dice el
apóstol Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados
hijos de Dios” (1 Juan 3:1b).
La promesa de Su
presencia. El
SEÑOR es un Dios que ha prometido Su presencia: “Y Él dijo: Mi presencia irá
contigo, y te daré descanso” (Éxodo 33:14), presencia que se manifiesta por
medio de Su Hijo Jesucristo: “he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20b); tanto el Padre como el Hijo hacen Su
morada en nosotros por medio del Espíritu Santo: “Respondió Jesús y le dijo: El
que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada con él” (Juan 14:23); lo que trae como consecuencia Su paz en
nosotros: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Sintamos o no Su
presencia, es un hecho que Él permanece con Sus hijos para siempre.
La promesa de Su
provisión. En el
Sermón del Monte (Mateo 5 al 7), Jesús nos enseña que Dios es un Padre
proveedor: Hace reflexionar a Su audiencia que la vida es más que el alimento,
el cuerpo más que el vestido, nadie puede añadir más centímetros a su estatura,
y que así como el Padre alimenta a los pajarillos lo hará también con nosotros
(Léase Mateo 6:25-34). Y esta sección, el SEÑOR Jesucristo concluye: “No os
afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque
los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que
tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios
y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:31-33). Lo
hermoso es que estas promesas refiere a un pueblo que son hijos de un Padre
celestial (Léase Mateo 5:16, 45, 48; 6:1, 4, 6, 8-9, 14-15, 18, 26, 32; 7:11,
21).
CONCLUYENDO...
Si
nuestro Dios obró y obrará todo esto para recrear de nosotros un pueblo bajo Su
gobierno y bendición para Su gloria ¿Cuánto más lo hará a lo largo de nuestro
caminar íntimo y diario con Él? ¿Cuánto más nos impartirá de Su gracia y
fortaleza en medio de la tormenta? ¿Cuánto más nos abrigará bajo la sombra de
Sus alas y nos dará consuelo y reposo? (Veremos más de la aplicación de las promesas
de Dios, en los siguientes puntos). No lo olvidemos: Somos hijos de un Padre misericordioso. De ahí, la necesidad de mantener y preservar un estilo de vida dedicado a la oración. Como dijo el Ps. Charles H. Spurgeon: "Una vida sin oración, es una vida SIN CRISTO".
Continuaremos con la segunda parte de este artículo en los próximos días. Por lo pronto: