martes, 17 de junio de 2014

HAZ MEMORIA DE DIOS EN MEDIO DE TU AFLICCIÓN (3era. Parte)

INTRODUCCIÓN

En los artículos pasados, hemos estudiado la impor- tancia de hacer memoria de que Dios es Padre y de que es Rey a través de Jesucristo. Hoy veremos otra faceta de nuestro Dios que tiene que ver con Su señorío sobre Su Pueblo y la obediencia a Él y a Su Palabra.

3) Haciendo memoria de que Dios es EL SEÑOR

Salmo 143:1-2, 7c, 8c-9, 10, 11c, 12d “Oh SEÑOR, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas, respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia; y no entres en juicio con tu siervo, porque no es justo delante de ti ningún viviente. […] Respóndeme pronto, oh SEÑOR, porque mi espíritu desfallece […] Enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma. […] Líbrame de mis enemigos, oh SEÑOR; en ti me refugio. Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme. Por amor a tu nombre, SEÑOR, vivifícame. […] Pues yo soy tu siervo” (LBLA).

En estos pasajes encontramos ideas principales muy serias a analizar:

En primero lugar, no solo tenemos que hacer memoria de Su misericordia y Su reino sobre nosotros; también de Su Señorío sobre nosotros. Lo que más destaca en los pasajes citados arriba es la relación SEÑOR-Siervo. David cita 4 veces a lo largo del Salmo 143 (vers. 1, 7, 9 y 11); y la palabra veces (vers. 2 y 12). David entendía muy bien su papel: Aunque él era rey, en realidad Él es el siervo del verdadero y gran Rey. ¿Por qué es esto importante? Por lo siguiente:

Dios es el “Kurios” del NT o el “Adonai” del AT. Ambas palabras, griega y hebrea respectivamente, significan lo mismo: “SEÑOR, Soberano, amo y dueño”. También aplica al SEÑOR Jesucristo con relación a su divinidad identificada (Léase Romanos 10:9). Antes de que Dios tuviese misericordia al revelarnos el Evangelio de Su amado Hijo, teníamos al pecado como señor nuestro, y éramos esclavos suyos: “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34); más, ahora en Cristo Jesús somos libres del pecado y bajo una nueva administración: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” […] Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:16, 22). Dios nos compró a precio de la sangre de Su Hijo en la cruz: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro 1:18-21).

Por tanto, A través de Jesucristo, Dios es nuestro SEÑOR y Él tiene tanto derecho como para dirigir y obrar en nuestras vidas.

En segundo lugar, notamos que tanto el vers. 8b como el 10, coinciden en que el salmista clama por ser enseñado: “Enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma. […] Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme”. Es decir, ora para que el SEÑOR le instruya acerca de:
  • El camino o dirección a seguir.
  • Ser guiado por Su Espíritu Santo.
  • El hacer Su voluntad.
Estas tres peticiones están patentes en la vida de David. Para discernir Sus propósitos eternos, es necesario tener la guía y dirección de ellos. Por un lado recordemos que el Espíritu Santo fue sobre David, siempre pidiendo Su dirección a Él (Léase 1 Samuel 16:13; 2 Samuel 5:19; Hechos 1:16); y por el otro, Él meditaba en Su voluntad por medio de la Ley de Dios para obedecerla (Léase Deuteronomio 17:18-20). Estas mismas peticiones revelan el Señorío de Dios sobre nuestras vidas; pues es curioso observar que precisamente son esas tres peticiones o instrucciones que nosotros los creyentes también necesitamos. Estas tres peticiones tienen su base en la Palabra de Dios.

La guía de Su Palabra. David pide dirección para su situación específica: “Enséñame el camino por el que debo andar”. Para nosotros los creyentes, la Biblia tiene todo lo necesario para nuestra salvación y para nuestra santificación: “Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (Léase 2 Timoteo 3:15-17). Es la misma Palabra de Dios la que nos proporciona el camino y la dirección divina: “Lámpara es a mis pies tu Palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105); “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar Tu Palabra” (Salmo 119:9). Y es la misma Escritura que nos apunta a Jesucristo, tal como Él mismo confirmó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí” (Juan 5:39); además: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:27, 44); y Pedro mismo confirma que los escritos del NT tienen inspiración divina y misma autoridad que los del AT (Léase 2 Pedro 3:15-16; compárese con Juan 14:26; 16:13). En fin, es la Palabra de Dios la mejor guía para enseñarnos cómo hemos de vivir y actuar en medio de los tiempos difíciles. Es la brújula que nos da orientación cuando se avecina la tormenta. Y es el sostén y apoyo que nos recalcan las promesas de las inescrutables riquezas de la gracia de Dios (Léase la primera parte de esta serie de artículos).

El Espíritu Santo y Su Palabra. El salmista continua diciendo: “tu buen Espíritu me guíe a tierra firme”. El Espíritu Santo es el agente divino por el cual podemos depender cuando las cosas no son del todo claro. Cuando Jesús anunció Su partida en su última cena con sus discípulos y de haber profetizado futuras aflicciones y persecuciones, ellos se entristecieron; pero Su maestro les dio la buena nueva de que tendrían un Consolador: El Espíritu Santo quién les daría la dirección y el recuerdo de Sus palabras (Léase Juan 14:16, 26; 15:18-27; 16:1-4, 7). Jesús repite 4 veces la palabra “Consolador” en relación con el Espíritu Santo, resaltando así Su papel e importancia en Sus discípulos y en todos los creyentes. También es llamado el “Espíritu de Gracia” (Léase Zacarías 12:10; Hebreos 10:29), es decir, sería quien impartiría la gracia y el poder de Dios para nuestras debilidades (Léase 2 Corintios 12:9). 

Como hemos apuntado arriba, Jesús aclaró que sería el Espíritu Santo quien les daría entendimiento de Sus enseñanzas. El Espíritu Santo siempre honrará las Escrituras, pues fue Él mismo quien inspiró a los autores bíblicos para escribir todo el compendio de los 66 libros que conforman la Biblia: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20-21). Por medio del Espíritu Santo se nos promete darnos entendimiento de las Escrituras: “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (Juan 2:20); y “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). A través de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo transformará nuestras vidas: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Por tanto, no dudemos en pedir ayuda y asistencia al Espíritu Santo para comprender las verdades necesarias mientras transitamos por la tribulación (Léase Colosenses 1:9-12).

La obediencia a Su Palabra. David por última declara: “Enséñame a hacer tu voluntad”. David creía en guardar los mandamientos de Dios, a pesar de que hubo tiempos en que los ha desobedecido (Léase 2 Samuel 11 y 12). Para nosotros, el señorío de Cristo también está en relación con nuestra obediencia a Él: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Por lo tanto, ¿Cómo podemos conocer la voluntad de Dios? Por medio de Su Palabra revelada en las Escrituras. No existe otro medio por el cual podemos conocer a Dios y Sus propósitos eternos. Se nos llama a ser hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores de ella (Léase Santiago 1:22). Sin embargo, es una realidad que nosotros no podemos obedecer Sus mandamientos por nosotros mismos ni por ningún otro medio, excepto los que Dios ha dispuesto: El Espíritu de Jesucristo, que es el Espíritu Santo: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él.” (Romanos 8:9).

Pero vayamos por partes. Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Cristo, en colaboración con el Espíritu Santo, hace crecer el fruto en nosotros que es, según el contexto de Juan 13 al 15, el mandamiento específico de amarse unos a otros en la misma medida que Jesucristo nos ha amado (Léase Juan 13:34-35; 15:12, 17). El amor es también un fruto del Espíritu (Léase Gálatas 5:22). En esto es glorificado Su Padre (Léase Juan 15:8). Este mandamiento se aplica a pesar de las circunstancias difíciles, porque, precisamente, es en la hora de la aflicción la que se prueba quién es verdadero discípulo (Léase Juan 13:34; 15:8, 18-27; 16:1-4).

Teniendo este mandamiento de Juan 13:34-35 en mente, hemos de recordar que Jesús inauguró el Nuevo Pacto con Su muerte y resurrección, y uno de los términos de dicho Pacto es que los beneficiarios tendrían el poder y la capacidad por medio del Espíritu Santo para guardar Sus mandamientos (Léase Jeremías 31:31-34; Ezequiel 36:26-27; Mateo 26:28; 1 Corintios 11:25; 2 Corintios 3:6). A través del Espíritu Santo los cristianos tendrían poder para vivir en el Espíritu y en las cosas espirituales: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:5-6); y nos da poder para mortificar los deseos de la carne y del pecado: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13); la misma idea conserva en la epístola a los Gálatas: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:24-25).

CONCLUYENDO…

En resumen: Nosotros como creyentes debemos reconocer en todo momento el SEÑORÍO de Jesucristo en nuestras vidas; y orar para que se nos conceda entendimiento de Su Palabra por medio del Espíritu Santo y el poder para obedecerla. Continuaremos en el siguiente artículo. Por lo pronto:

¡Sólo a Dios la Gloria!