INTRODUCCIÓN
En
los artículos pasados, hemos estudiado la impor- tancia de hacer memoria de que
Dios es Padre y de que es Rey a través de Jesucristo. Hoy veremos otra faceta
de nuestro Dios que tiene que ver con Su señorío sobre Su Pueblo y la
obediencia a Él y a Su Palabra.
3) Haciendo memoria
de que Dios es EL SEÑOR
Salmo
143:1-2, 7c, 8c-9, 10, 11c, 12d “Oh SEÑOR, escucha mi oración, presta oído
a mis súplicas, respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia; y no entres
en juicio con tu siervo, porque no es justo delante de ti ningún viviente.
[…] Respóndeme pronto, oh SEÑOR, porque mi espíritu desfallece
[…] Enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma. […] Líbrame
de mis enemigos, oh SEÑOR; en ti me refugio. Enséñame a hacer tu voluntad,
porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme. Por
amor a tu nombre, SEÑOR, vivifícame. […] Pues yo soy tu siervo” (LBLA).
En
estos pasajes encontramos ideas principales muy serias a analizar:
En primero lugar, no solo tenemos que hacer
memoria de Su misericordia y Su reino sobre nosotros; también de Su Señorío
sobre nosotros. Lo que más destaca en los pasajes citados arriba es la relación
SEÑOR-Siervo. David cita 4 veces a lo largo del Salmo 143 (vers. 1, 7, 9 y 11);
y la palabra veces (vers. 2 y 12). David entendía muy bien su papel: Aunque él
era rey, en realidad Él es el siervo del verdadero y gran Rey. ¿Por qué es esto
importante? Por lo siguiente:
Dios
es el “Kurios” del NT o el “Adonai” del AT. Ambas palabras, griega y hebrea
respectivamente, significan lo mismo: “SEÑOR, Soberano, amo y dueño”. También
aplica al SEÑOR Jesucristo con relación a su divinidad identificada (Léase
Romanos 10:9). Antes de que Dios tuviese misericordia al revelarnos el
Evangelio de Su amado Hijo, teníamos al pecado como señor nuestro, y éramos
esclavos suyos: “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo
aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34); más, ahora en Cristo
Jesús somos libres del pecado y bajo una nueva administración: “¿No sabéis que
si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel
a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para
justicia?” […] Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos
de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”
(Romanos 6:16, 22). Dios nos compró a precio de la sangre de Su Hijo en la
cruz: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la
cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o
plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y
sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero
manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual
creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que
vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro 1:18-21).
Por
tanto, A través de Jesucristo, Dios es nuestro SEÑOR y Él tiene tanto derecho
como para dirigir y obrar en nuestras vidas.
En segundo lugar, notamos que tanto el vers. 8b
como el 10, coinciden en que el salmista clama por ser enseñado: “Enséñame el
camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma. […] Enséñame a hacer tu
voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra
firme”. Es decir, ora para que el SEÑOR le instruya acerca de:
- El camino o dirección a seguir.
- Ser guiado por Su Espíritu Santo.
- El hacer Su voluntad.
Estas
tres peticiones están patentes en la vida de David. Para discernir Sus
propósitos eternos, es necesario tener la guía y dirección de ellos. Por un
lado recordemos que el Espíritu Santo fue sobre David, siempre pidiendo Su
dirección a Él (Léase 1 Samuel 16:13; 2 Samuel 5:19; Hechos 1:16); y por el
otro, Él meditaba en Su voluntad por medio de la Ley de Dios para obedecerla
(Léase Deuteronomio 17:18-20). Estas mismas peticiones revelan el Señorío de
Dios sobre nuestras vidas; pues es curioso observar que precisamente son esas tres
peticiones o instrucciones que nosotros los creyentes también necesitamos.
Estas tres peticiones tienen su base en la Palabra de Dios.
La guía de Su
Palabra. David
pide dirección para su situación específica: “Enséñame el camino por el que
debo andar”. Para nosotros los creyentes, la Biblia tiene todo lo necesario
para nuestra salvación y para nuestra santificación: “Y que desde la niñez has
sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la
salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por
Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra” (Léase 2 Timoteo 3:15-17). Es la misma Palabra de Dios la
que nos proporciona el camino y la dirección divina: “Lámpara es a mis pies tu
Palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105); “¿Con qué limpiará el joven
su camino? Con guardar Tu Palabra” (Salmo 119:9). Y es la misma Escritura que
nos apunta a Jesucristo, tal como Él mismo confirmó: “Escudriñad las
Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y
ellas son las que dan testimonio de Mí” (Juan 5:39); además: “Y comenzando
desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras
lo que de él decían” (Lucas 24:27, 44); y Pedro mismo confirma que los escritos
del NT tienen inspiración divina y misma autoridad que los del AT (Léase 2
Pedro 3:15-16; compárese con Juan 14:26; 16:13). En fin, es la Palabra de Dios
la mejor guía para enseñarnos cómo hemos de vivir y actuar en medio de los
tiempos difíciles. Es la brújula que nos da orientación cuando se avecina la
tormenta. Y es el sostén y apoyo que nos recalcan las promesas de las
inescrutables riquezas de la gracia de Dios (Léase la primera parte de esta
serie de artículos).
El Espíritu Santo y
Su Palabra. El
salmista continua diciendo: “tu buen Espíritu me guíe a tierra firme”. El Espíritu Santo es el agente divino
por el cual podemos depender cuando las cosas no son del todo claro. Cuando
Jesús anunció Su partida en su última cena con sus discípulos y de haber
profetizado futuras aflicciones y persecuciones, ellos se entristecieron; pero
Su maestro les dio la buena nueva de que tendrían un Consolador: El Espíritu
Santo quién les daría la dirección y el recuerdo de Sus palabras (Léase Juan
14:16, 26; 15:18-27; 16:1-4, 7). Jesús repite 4 veces la palabra “Consolador”
en relación con el Espíritu Santo, resaltando así Su papel e importancia en Sus
discípulos y en todos los creyentes. También es llamado el “Espíritu de Gracia”
(Léase Zacarías 12:10; Hebreos 10:29), es decir, sería quien impartiría la
gracia y el poder de Dios para nuestras debilidades (Léase 2 Corintios
12:9).
Como
hemos apuntado arriba, Jesús aclaró que sería el Espíritu Santo quien les daría
entendimiento de Sus enseñanzas. El Espíritu Santo siempre honrará las
Escrituras, pues fue Él mismo quien inspiró a los autores bíblicos para
escribir todo el compendio de los 66 libros que conforman la Biblia: “Entendiendo
primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación
privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los
santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2
Pedro 1:20-21). Por medio del Espíritu Santo se nos promete darnos
entendimiento de las Escrituras: “Pero la unción que vosotros recibisteis de él
permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como
la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira,
según ella os ha enseñado, permaneced en él” (Juan 2:20); y “Mas el Consolador,
el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas
las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). A través de
la Palabra de Dios, el Espíritu Santo transformará nuestras vidas: “Porque la
palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos;
y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Por
tanto, no dudemos en pedir ayuda y asistencia al Espíritu Santo para comprender
las verdades necesarias mientras transitamos por la tribulación (Léase Colosenses
1:9-12).
La obediencia a Su
Palabra. David
por última declara: “Enséñame a hacer tu voluntad”. David creía en guardar los
mandamientos de Dios, a pesar de que hubo tiempos en que los ha desobedecido (Léase
2 Samuel 11 y 12). Para nosotros, el señorío de Cristo también está en relación
con nuestra obediencia a Él: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo
que yo digo?” (Lucas 6:46). Por lo tanto, ¿Cómo podemos conocer la voluntad de
Dios? Por medio de Su Palabra revelada en las Escrituras. No existe otro medio
por el cual podemos conocer a Dios y Sus propósitos eternos. Se nos llama a ser
hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores de ella (Léase Santiago 1:22). Sin
embargo, es una realidad que nosotros no podemos obedecer Sus mandamientos por
nosotros mismos ni por ningún otro medio, excepto los que Dios ha dispuesto: El
Espíritu de Jesucristo, que es el Espíritu Santo: “Mas vosotros no vivís según
la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él.” (Romanos 8:9).
Pero
vayamos por partes. Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que
permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí
nada podéis hacer” (Juan 15:5). Cristo, en colaboración con el Espíritu Santo, hace
crecer el fruto en nosotros que es, según el contexto de Juan 13 al 15, el mandamiento
específico de amarse unos a otros en la misma medida que Jesucristo nos ha
amado (Léase Juan 13:34-35; 15:12, 17). El amor es también un fruto del
Espíritu (Léase Gálatas 5:22). En esto es glorificado Su Padre (Léase Juan
15:8). Este mandamiento se aplica a pesar de las circunstancias difíciles,
porque, precisamente, es en la hora de la aflicción la que se prueba quién es
verdadero discípulo (Léase Juan 13:34; 15:8, 18-27; 16:1-4).
Teniendo
este mandamiento de Juan 13:34-35 en mente, hemos de recordar que Jesús
inauguró el Nuevo Pacto con Su muerte y resurrección, y uno de los términos de
dicho Pacto es que los beneficiarios tendrían el poder y la capacidad por medio
del Espíritu Santo para guardar Sus mandamientos (Léase Jeremías 31:31-34;
Ezequiel 36:26-27; Mateo 26:28; 1 Corintios 11:25; 2 Corintios 3:6). A través
del Espíritu Santo los cristianos tendrían poder para vivir en el Espíritu y en
las cosas espirituales: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de
la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el
ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos
8:5-6); y nos da poder para mortificar los deseos de la carne y del pecado: “Porque
si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las
obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13); la misma idea conserva en la
epístola a los Gálatas: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne
con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el
Espíritu” (Gálatas 5:24-25).
CONCLUYENDO…
En
resumen: Nosotros como creyentes debemos reconocer en todo momento el SEÑORÍO
de Jesucristo en nuestras vidas; y orar para que se nos conceda entendimiento
de Su Palabra por medio del Espíritu Santo y el poder para obedecerla.
Continuaremos en el siguiente artículo. Por lo pronto:
¡Sólo a Dios la
Gloria!