Debería
empezar con algún tipo de introducción sobre lo que quiero hablar, mas tengo la
prisa de la urgencia, porque no quisiera que mis pensamientos se disipen antes
de poder expresarlos.
Porque
entiendo que el pensar y expresar por medio de emociones fuertes añade un fuego
a las palabras, y tal condición es propicia para incendiar algún corazón tanto
para bien como para mal.
Quisiera
que despierte algún extremo en tu corazón, o que rechaces completamente lo que
expresaré, o que lo abraces con todas tus fuerzas. Sólo eso.
Si
quieres seguir leyendo solo toma esa determinación: o lo tomas en tu puño y lo
avientas lejos, o lo atesoras en tu corazón.
Quiero
hablar de Pedro, el Apóstol. Hombre pescador, con la firmeza de la fidelidad y
tosquedad de una vida de experiencia, quién llamado al ministerio por los
propios labios del Dios hecho hombre, Cristo Jesús, dejándolo todo le siguió.
Un hombre que aprendió a lo largo de tres años y medio lo que significaba
caminar junto al Hijo de Dios, aprendió el fervor de la pasión, el celo por su
Señor, y que el ser humano es preso de sus palabras, cuando al prometer
fidelidad lo negó; y allí conoció el perdón y la restauración. Sin lugar a
dudas, un ejemplar digno de apreciación e inspiración para muchos de nosotros
que nos consideramos un seguidor de Cristo como el mismo Pedro lo fue.
Portavoz
de la Primer Iglesia, forjada en el fuego de Pentecostés, hombre sin letras más
con Espíritu y Verdad, luego de que hubo llegado la promesa, y en el
maravilloso acontecimiento que se desplegó entre multitud de naciones y
pueblos, cuando la gente asombrada oía las maravillas de Dios en su propio
idioma, este hombre, Pedro, alzó la voz.
Hagamos
una pausa en la narración, y quisiera si podemos ponernos en las sandalias del
Apóstol. Somos cristianos, seguidores de Cristo, hemos visto y oído, hemos
palpado al Verbo encarnado, hemos visto su Luz, hemos oído su mensaje, y es
nuestro turno, encomendados por Él, ante miles de gentes de diversos pueblos y
naciones, de proclamar el primer sermón de la historia de la Iglesia Cristiana.
Un
par de directivas antes de que comiences con tu sermón:
-
No tienes tiempo de preparar el mensaje.
-
No hay bosquejos y tampoco se permiten.
-
No hay púlpito.
-
No hay ujieres.
-
No hay grupo de alabanza y adoración.
-
No se permite música de fondo durante el mensaje.
-
No hay biblia, ninguna versión.
-
No hay micrófono, me había olvidado de decirlo.
-
No hay luces.
-
No hay apuntes en pantalla gigante.
-
No hay asientos.
-
No hay Templo.
-
No hay gente que haya venido a un culto, solo gente que escuchará.
Quizá
te haya sacado de todos los esquemas que acostumbramos a manejar, siempre
tenemos un sermón bosquejado de auxilio, ya habíamos hablado con los ujieres
como se tienen que organizar para guiar a la gente, tenemos el grupo de
alabanza y adoración bien ensayado, las luces las ponemos tenues a la hora del
final, el tecladista ya acordó que instrumental lento ha de tocar durante el
sermón, el nivel del micrófono bien ecualizado para no esforzar la voz, la
Biblia bien señalada para leer los versículos que no aprendimos de memoria o
que no recordamos, el bosquejo en pantalla gigante, la gente que se acomoda en
sus asientos cómodos, el templo con puertas cerradas. No queremos
distracciones, hemos pasado toda la semana preparando el sermón; perfecto.
Bien,
no hay nada de eso. Sólo puedes citar los textos del Antiguo Testamento que
hayas memorizado y solo tienes el conocimiento del Evangelio de Cristo, el cual
proclamó a lo largo de sus años de ministerio en la tierra.
Por
último nadie te presentará. Listo, “just do it”, ¡comienza ya!
Cri…
cri…
Seamos
sinceros, no estamos acostumbrados a esto, ¿es muy rústico y desorganizado, nos
parece irresponsable, y que no brinda excelencia a Dios no? Pues bien, así
ocurrió, el primer sermón en la historia de la Iglesia, y lejos de ser un
rotundo fracaso, fue un gran éxito en términos divinos, ya que se añadieron ese
día a la naciente Iglesia nada más ni nada menos que 3.000 personas.
Maravilloso, ¿no?
¿Te
imaginás? Ahí está Pedro culminando su sermón con palabras suaves de reflexión,
y dice: hermanos Judíos, inclinemos la cabeza, cerremos los ojos, levantemos las
manos, pongámonos en pie… (Mientras tanto hacemos señas a los músicos que suban
al altar, ¡Perdón! me había olvidado, sí, no había músicos) Ahora sí: varones
hermanos, Dios los ama. Dios tiene un plan maravilloso para tu vida, tu ganado
engordará al ciento por uno, tu vida cambiará, tus sueños Dios cumplirá, no
pierdas esperanzas, tus objetivos pueden lograrse en Dios, confía en Él. Oh
Varón Hermano, abre tu corazón, El Mesías está a la puerta, golpeando para que
tú le abras desde adentro, porque el Mesías es un caballero y no irrumpirá sin
tu permiso, quiere cenar contigo… (Ahora las luces, las luces… Oh sí, lo
olvidé) Bien, para poder tener esta vida de las que les hable, hermanos judíos
y todos aquellos que estén aquí, cerremos nuestros ojos, y pensemos en el
Mesías, el murió para que podamos vivir una vida en abundancia, podrás vivir tu
mejor vida ahora, su bendición será hacerte un hombre próspero y con grandes
riquezas como el Padre Abraham ¿Recuerdan? Hoy, acepta al Mesías en tu corazón,
entrégale tu corazón al Mesías, deja que Él entre y acomode cada rincón de tu
corazón… Repitan conmigo ahora una oración… ¡STOP!
¡No,
no, y mil rotundas veces no! Tal mensaje no es el Evangelio de Cristo, no es la
fe dada una vez a los Santos, no es el Evangelio de Pablo ni fue el de Pedro,
no se encuentra tal mensaje en ninguna parte de las Escrituras, mucho menos en
el Nuevo Testamento. Se dan cuenta como han manipulado y tergiversado el
mensaje del Evangelio hoy en día, lo han torcido, como si fuese de arcilla y modelado
al gusto del artesano de turno, de tal manera que sería irreconocible para el
Apóstol Pedro tal mensaje. ¿Se dan cuenta que él no encaja en el cristianismo
post-moderno del siglo XXI, que su mensaje no es atractivo para el 90% de las
Iglesias actuales?
La
verdad de lo acontecido allí es otra muy distinta, lejos de la manipulación
emocional que hoy se enseña y se lleva a cabo, lejos del mensaje acomodado al
gusto del oyente, lejos de los predicadores que aman ser aplaudidos por sus
elocuencias e ilustraciones divertidas, lejos de los que aman la gloria del
hombre y los que buscan la aprobación del mundo, lejos de los que convencen con
argumentos mundanos a hombres y mujeres mundanos que sigan con sus deseos
mundanos y que hagan de Dios el genio de su lámpara para que cumpla cada uno de
esos deseos centrados en sí mismos, lejos de tales aberraciones que se producen
hoy en día, lejos de las fábricas en serie de falsos convertidos, lejos de los
falsos maestros y los falsos cristianos, lejos muy, muy, muy lejos de todo eso,
el mensaje fue y será desde el primer sermón de la historia de la Iglesia
verdadera de Cristo hasta el último sermón que se predique en este presente
siglo, siempre será el mismo, la proclama del Evangelio siempre clamará:
“[...]
Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados [...]”
-
Extracto del Sermón n° 1 de la Historia de la Iglesia Cristiana, predicado por
el Apóstol Pedro.
Amén.
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Fuente electrónica: http://porfeparafe.blogspot.mx/2014/06/un-buen-primer-sermon-enrique-oriolo.html
. Publicado con permiso.
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Enrique Oriolo es miembro y co-fundador del en el ministerio Soldados de Jesucristo.