INTRODUCCIÓN
En
la primera parte de este artículo, habíamos analizado el Salmo 143,
reflexionando acerca de “Haciendo
memoria de que Dios es Padre”; lo cual incluía Sus actos misericordiosos y
Sus promesas, entre ellas: Su amor, Su presencia y Su provisión. Continuamos
con otra consideración de nuestro Dios en el precioso Salmo 143.
2) Haciendo memoria
de que Dios es Rey
Salmo
143:1, 6, 11 “Oh Señor, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas,
respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia; y no entres en
juicio con tu siervo, porque no es justo delante de ti ningún viviente”.
[…] “A ti extiendo mis manos; mi alma te anhela como la tierra
sedienta”. […] “Por amor a tu nombre, Señor, vivifícame; por tu justicia,
saca mi alma de la angustia” (LBLA).
También
David reconoce que el SEÑOR es el soberano sobre Su creación y que él solo es
una criatura de barro con muchas y pésimas limitaciones; que hay muchas cosas y
situaciones que están más allá de su control. En este punto, David, hace
memoria de que el SEÑOR es el único y verdadero Rey. El salmista apela a la
justicia perfecta y divina y ser librado de sus enemigos. Los vers. 1, 6, y 11 refieren
la justicia de Dios como un rasgo distintivo de Su gobierno, y un motivo de
alabanza por ello: “Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; contaré todas
tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, oh
Altísimo. […] Porque has mantenido mi derecho y mi causa; te has sentado en el
trono juzgando con justicia. […] Pero
Jehová permanecerá para siempre; ha dispuesto su trono para juicio. Él
juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud” (Salmo 9:1-2, 4, 7-8).
Pero vamos a estudiar Su reinado bajo dos aspectos:
Su reinado como el
único y soberano Dios.
El SEÑOR es el único digno a quién se ha de adorar. Ejemplo tenemos de
creyentes que mientras pasaban por tiempos difíciles, adoptaron una actitud de
adoración y oración a Dios. El mismo David, luego de perder al niño que tuvo
con Betsabé, de la que fue mujer de Urías heteo, como disciplina por su pecado
(Léase 2 Samuel 11 y 12); él fue directamente a la casa de Dios para adorarle:
“Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus
ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y
pidió, y le pusieron pan, y comió” (2 Samuel 12:20). Job, a quien se le fe
quitado todos sus bienes, hijos e incluso su salud (Léase Job 1 y 2), también
adoró al SEÑOR: “Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza,
y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi
madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de
Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito
alguno” (Job 1:20-22). Más adelante, el profeta Daniel tuvo también su
tribulación, cuando el Rey Darío promulgó un edicto real en el que debía adorar
y hacer peticiones a él, de lo contrario sería echado a los leones (Léase
Daniel 6); el profeta persistió en que el único a quien debía orar, pedir y
adorar es al SEÑOR: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró
en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se
arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como
lo solía hacer antes” (Daniel 6:10). Y así, un largo etcétera.
Como
he escrito, Dios es Rey: “Decid entre las naciones: Jehová reina. También
afirmó el mundo, no será conmovido; juzgará a los pueblos en justicia” (Salmo
96:10); “Jehová reina; regocíjese la tierra, alégrense las muchas costas”
(Salmo 97:1); “Jehová reina; temblarán los pueblos. Él está sentado sobre los
querubines, se conmoverá la tierra” (Salmo 99:1) y “¡Cuán hermosos son sobre
los montes los pies del que trae alegres nuevas!, del que anuncia la paz, del
que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu
Dios reina!” (Isaías 52:7). Debido a lo anterior, David alza sus manos en señal
de adoración al Dios soberano y misericordioso. Lo adora y lo anhela por ser Su
Dios, no por los favores y bendiciones que puede recibir de Él. En las buenas y
en las malas, Dios es glorificado: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,
sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad” (Salmo 115:1),
y lo es por medio de Su Hijo Jesucristo (Léase Juan 13:31-32; 17:4).
Su reinado como
Dios a través de Su Hijo. Pero
también hay otro aspecto del reinado y gobierno de Dios y se expresa en la
persona de Su Hijo:
Desde
el primer libro de la Biblia, en Génesis 3:15, no solo nos anuncia el primer
anuncio del Evangelio, sino también la autoridad legal de aquel que sería la
simiente de la mujer, el SEÑOR Jesucristo, sobre la simiente de la serpiente:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente
suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.
Dios
le prometió a Abraham que a través de su descendencia serían benditas todas las
familias de la tierra, siendo Cristo su descendencia misma: “En tu simiente
serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18a) y “Ahora bien,
a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las
simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16). La bendición sobre todas las
naciones se expresa en términos del gobierno y reinado de Jesucristo.
Jesús
es también llamado “Siloh” en Génesis 49:10, palabra que significa:
“descendiente”, “el enviado”, “aquel a quien le corresponde (el cetro)”, “el
que da descanso” y “el que trae la paz”; según la mayoría de los
comentaristas (Léase
Lucas 4:18, 43; Juan 5:36; 6:39; 8:29; 11:42; 17:3; 20:21; Hebreos 3:1). Es decir, Él es quien llevará el cetro y el gobierno de las
naciones: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus
pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Génesis
49:10).
En
el contexto de 2 Samuel 7, se nos dice David quería construir una casa para
Dios. Pero el SEÑOR le dijo, por medio del profeta Natán, que desistiese de
poner manos en ese proyecto de construcción y le prometió una serie de cosas:
El reino de David sería afirmado para siempre (Léase 2 Samuel 7:12); bajo Su
reinado el pueblo viviría en un lugar de paz y descanso (Léase 2 Samuel 7:10-11);
sería uno de los hijos de David quien construiría el Templo y tendría una
relación especial de Padre a hijo con el SEÑOR (2 Samuel 7:12-14); y Dios haría
estas cosas y sería para siempre (Léase 2 Samuel 7:16). Más adelante, todas
estas promesas se cumplen en la Persona del SEÑOR Jesucristo, pues el
establecimiento de la dinastía de David es parte del cumplimiento de la promesa
dada a Abraham (Compárese 2 Samuel 7:9 con Génesis 12:1-3).
A partir de la promesa de 2 Samuel 7:12-16, el propósito de Dios incluiría un rey ungido del linaje de David, lo que da origen a la idea del "Mesías" ("Mashíaj" en hebreo, y "Khristós" en griego); que signfica "Ungido". Por ejemplo, el Salmo 2 nos habla sobre este Rey y de Sus enemigos. Este Rey es el "Hijo de Dios" (Compárese Salmo 2:7 con 2 Samuel 7:14) y reinaría sobre todos los confines de la Tierra (Compárese Salmo 2:8-9 con 2 Samuel 7:9). Como dato adicional: Es muy probable que este salmo se usaba o recitaba durante la coronación de los reyes del linaje de David. Es claro, que el SEÑOR Jesús comparte el mismo título de "Mesías" (Léase mateo 1:1, 16-17; 16:15-17; Juan 1:41; 9:22).
Conforme
a la promesa de 2 Samuel 7.12-16, los profetas del AT (antes, durante y después
del exilio a Babilonia, año 597-586 a. C.) anunciaban que el SEÑOR enviaría a
Su pueblo un nuevo rey ungido con Su Espíritu y regirá con la sabiduría y
justicia divinas (Léase Isaías 11:1-5). Será capaz de reunir un remanente en un
suceso de perfecta armonía como el Edén (Léase Isaías 11:6-12). El gobierno de
Dios será por medio de un nuevo “David” para apacentar a Su pueblo (Léase
Ezequiel 34:11-16, 23-24; Isaías 40:1-11). Jesús es el nuevo “David” y el “Rey
enviado”.
En
el NT, Jesús es el cumplimiento de las promesas y profecías del AT. El apóstol
Mateo inicia su evangelio con la genealogía de Jesucristo: “Libro de la
genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1). También
María, su madre, recibió la misma promesa: “Y ahora, concebirás en tu vientre,
y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y
será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su
padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no
tendrá fin” (Lucas 1:31-33); con referencia a 2 Samuel 7:12-16. Fue por esto
que Jesús, al inicio de su ministerio predicó acerca de la venida del Reino de
Dios: “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de
Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha
acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14b-15). De
hecho, Su reino ya está entre nosotros (Léase Mateo 6:33); y quienes hayan
creído en Él forman parte integral de Su reino: “El cual nos ha librado de la
potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses
1:13). En Su regreso glorioso, Él vendrá con una vestidura que describe su
realiza y poderío: “Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre:
REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:16). Él impartirá justicia,
poniendo a todos Sus enemigos por estrado de Sus pies (Léase Hebreos 10:13).
CONCLUYENDO…
Es
por este motivo, que nosotros debemos hacer memoria de nuestro Dios en Cristo
reina sobre nosotros. Puede que no recibamos lo prometido en esta vida o las
respuestas que esperamos en nuestras oraciones (Léase Hebreos 11:32-40
concienzudamente), pero de una cosa podemos estar seguros: Al final, en la
eternidad venidera, es Dios a través de Su hijo quién tiene la victoria y la
última palabra sobre todas las cosas. Y vendrá el día en que toda rodilla se
doble y toda lengua confiese que Jesús es el SEÑOR para gloria del Padre (Léase
Filipenses 2:9-11). Por tanto… ¡DIOS ES REY! ¡EL SEÑOR REINA!
Continuaremos
en el siguiente artículo. Por lo pronto:
¡Sólo a Dios la
Gloria!