Hace
tiempo una hermana en Cristo me hizo la siguiente pregunta: “Hermano, ¿Qué
cosas debo considerar en un varón cristiano antes de casarme?”. Francamente, la
pregunta me tomó por sorpresa. No sé por qué esperaba que yo le contestara esa duda,
sobre todo porque soy soltero (risas). Ya había notado que últimamente se ha
vuelto algo “de moda” el tema del noviazgo y matrimonio en las redes sociales;
lo cual supuse que tal vez esa pregunta provino de esa influencia en dichos
medios. De hecho, entre cristianos, el matrimonio es asunto tan serio, que una
decisión fuera de la voluntad de Dios afecta el futuro del mismo. Como alguien
escribió hace varios años atrás: “Tengo dos noticias: La buena noticia es que
el matrimonio es para toda la vida; la mala noticia es que el matrimonio es
para toda la vida”.
En
fin, he pedido gracia al SEÑOR en Su Palabra, pues apelo principalmente a Su
autoridad en estos asuntos. También corroboré con mi Biblia los buenos y sabios
consejos que he recibido de mis hermanos y hermanas mayores en la fe acerca de
este tema a lo largo de varios años: “Donde no hay dirección sabia, caerá el
pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14). Apenas
hasta ahora, tuve a bien compartirlo, en el caso de que se les presente una
situación similar.
Mi
hermana en Cristo: Si lees esta nota, quiero que sepas que procuro tu bien
conforme a la Biblia y extiendo la exhortación para ti conforme a la Palabra de
Dios. Lee este documento mientras visualizas tu futuro, porque tus decisiones
de hoy, dentro o no de la voluntad de Dios, afectan sí o sí tu porvenir. Medita
sabiamente y en oración y que te conceda discernimiento para evaluar los
motivos del que te pretende. Además, es necesario que conozcas bien a esa
persona, con tiempo y sin prisas, antes de formalizar una relación con él. Pide
también el consejo de tus padres y el de tu pastor o ancianos de la Iglesia.
Mi
hermano en Cristo: Si lees esta nota, no es mi intención ni mi afán intimidarte
con todas las cualidades que se requiere de un varón bíblico, pero sí te
aliento y te desafío a crecer en la gracia y en el conocimiento del SEÑOR, a
fin de que seas un hombre idóneo. Además, los principios bíblicos expresados en
este artículo se pueden aplicar de igual modo con las mujeres cristianas.
Una
vez dicho esto, continuemos.
Asegúrate de que
sea cristiano y ame a Dios
Es
lo primordial. La Biblia no avala el yugo desigual en el matrimonio: “No os
unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la
justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué
concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2
Corintios 6:14-15).
Estoy
convencido de que a mis hermanas les haría muchísimo bien y consuelo en hacer
caso de este consejo y exhortación de la Biblia. Hoy es muy común que muchas
hermanas se lamenten el haber desobedecido este mandamiento, pues se han casado
con la esperanza de que su pareja se convierta en cristiano una vez instalados
en el matrimonio (todos conocemos casos y testimonios así). Sufren cuando el
marido es inconverso, no las tratan como a vaso frágil y no pueden vivir la
bendición de un hogar enteramente cristiano. En el peor de los casos, el esposo
muere sin haber hecho su profesión de fe en el SEÑOR Jesucristo. Se ahorrarían
muchas penas y congojas en el proceso.
Es
cierto, nadie niega que el evangelio es poder de salvación para todo aquel que
cree (Léase Romanos 1:16), que Dios es misericordioso y extiende Su
misericordia a quien quiere darla (Léase Romanos 9:15-16), el SEÑOR es soberano
para llevarlo a la conversión con el fin de que Él sea glorificado (Léase Jonás
2:9; Efesios 1:3-7); y que el testimonio y la conducta de las esposas debe ser
irreprochable con tal de presentar a Cristo a los maridos y sean ganados para
Él (Léase 1 Pedro 3:1-2); pero si aún estás a tiempo, entonces es mucho mejor y
más sabio seguir la instrucción básica y el consejo de la Escritura: “Por
cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni
quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto
de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos […] Mas el que me
oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal”
(Proverbios 1:29-31, 33); y “No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y
apártate del mal” (Proverbios 3:7).
Asegúrate de que
tenga fruto de conversión
En
el caso del que profesa ser cristiano, asegúrate de que sea salvo. La Escritura
dice: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16a). También se nos manda a que
nos examinemos a nosotros mismos, si nos hallamos reprobados en la fe (Léase 2
Corintios 13:5). Es bíblico hacerlo y tomar precauciones, especialmente si es
nuevo converso. Ora al SEÑOR para que te conceda discernimiento. Puedes
realizar preguntas con discreción y prudencia como las siguientes:
El
pecado que antes amaba ¿ahora lo aborrece? El Dios que antes aborrecía ¿ahora
le ama con todo su corazón? ¿Ha cambiado totalmente su vida de tal manera que
su antigua manera de vivir ha sido dejada atrás? ¿Existe evidencia de llenura y
fruto del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23)? ¿Es un hombre humilde y manso
que reconoce su pobreza de espíritu y su necesidad del Dios de gracia?; Principalmente
¿qué piensa acerca del SEÑOR Jesucristo?¿Tiene fruto digno de arrepentimiento
diario por sus pecados? ¿Comprende la importancia e implicaciones del Evangelio
de la gracia? ¿Qué testimonio tiene
entre los hermanos de la congregación? Y otras más que bien puedes realizar.
Puedes
apoyarte en todo el libro de 1 Juan que es básico para el autoexamen y la
seguridad del creyente. Averigua estas cosas con discreción. Pide también
consejo de tus padres y de tu pastor acerca de esto.
Asegúrate de que el
centro de Su vida sea Cristo y no tú
Esto
es muy obvio, pero no está demás recalcarlo: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gálatas 2:20). Menciono esto porque ha habido casos en que el
noviazgo está descentralizado a tal punto en el que se le da más importancia a
la pareja a que Cristo gobierne su relación. Hasta podría caer en el pecado de
idolatría (Léase Éxodo 20:1; Deuteronomio 5:7 y Romanos 1:21-23). Incluso,
conocemos el típico caso en el que un joven se integra a una iglesia local solo
porque en ella se congrega la chica que le agrada; en otras palabras: motivos
equivocados.
¿Qué
es un cristiano? El Dr. D. Martyn Lloyd-Jones nos da una excelente definición: “Como
cristianos, hemos sido hechos, según nos dice la Biblia, a imagen y semejanza
del SEÑOR mismo. El cristiano es alguien que es como el SEÑOR Jesucristo.
Jesucristo es el ‘primogénito entre muchos hermanos’ (Ro. 8:29); Él es el
modelo de cómo debemos ser tú y yo” (1).
Preguntas:
¿Cuánto de Jesús se parece? ¿Cuánto de Él le imita? ¿Es nuestro SEÑOR el centro
de su vida y de sus pensamientos? ¿Está sometido a Su gobierno y señorío? ¿Qué
tanto de su carácter está siendo moldeado por Él? ¿Cuánto se preocupa de su
pecado y de no querer ofender a Su SEÑOR? ¿Tiene la mentalidad de un siervo y
esclavo del SEÑOR Jesús? ¿Cuánto de su forma de hablar se asemeja o manifiesta
las palabras del Maestro? ¿Tiene pasión por Cristo y carga por las almas, las
perdidas y las salvadas? ¿Predica el Evangelio con el mismo fervor que Él? ¿Ama
a sus hermanos de la misma manera que el SEÑOR Jesús los ama? ¿Guarda Sus
mandamientos por amor a Él? ¿Anhela ser cada día más semejante a Cristo? ¿Lo
busca y contempla diariamente en Su Palabra y en la oración? ¿Su vida le
glorifica a Él en todo tiempo?
En
otros términos, que Cristo hable por sí solo en su vida, en palabra y obra: “Ya
no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
Asegúrate que sea
un hombre obediente a la Palabra de Dios
2
Timoteo 3:15-17 “Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las
cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo
Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
No
es necesario que sea un experto en teología, una enciclopedia bíblica andante o
un erudito versado en temas bíblicos; pero sí que sea capaz, por mediación del
Espíritu Santo, de entender las verdades básicas y fundamentales de la Biblia y
contemplar a Cristo en ella (Léase Lucas 24:27, 44-47; 2 Timoteo 3:15-17; 1
Juan 2:20, 27). Un varón cristiano solo hablará de acuerdo a la sana doctrina,
en su contexto, y no de acuerdo a su propio criterio y opinión acerca de lo que
la Biblia dice (Léase Tito 2:1; 2 Pedro 1:19-21). Vivirá haciendo de la Palabra
su estilo de vida, ocupado en la lectura y en la enseñanza de la misma (Léase 1
Timoteo 4:13; Santiago 1:22), sabiendo que en la Escritura tiene toda la
instrucción necesario para ser maduro y capacitado para toda buena obra (Léase
2 Timoteo 3:17). Ha de ser esforzado y valiente para caminar en obediencia a la
Palabra (Léase Josué 1:8-9); comprendiendo que en ella es toda su
bienaventuranza y contentamiento (Léase Salmo 1:1-2). Un hombre tan saturado de
la Palabra de Dios que puede aplicarla en cualquier área de su vida cotidiana.
Su obediencia es prueba de Su amor a Cristo: “El que tiene mis mandamientos, y
los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14:21c).
Ahora
bien, el varón cristiano tiene un ministerio principal de la Palabra en su
matrimonio y familia; es decir, que sea capaz de gobernar su casa con la
Escritura (Léase, como un principio, 1 Timoteo 3:4-5). Es decir, tiene que ser
capaz de instruir a su esposa, quien también tiene derecho a ser enseñada por
él (Léase Josué 8:35); así como de instruir a sus hijos: “Y amarás a Jehová tu
Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas
palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus
hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al
acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:5-7; compárese con
Deuteronomio 11:18-21); “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros
hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Por
tanto, no puede faltar a este mandamiento y deber para con los suyos, pues son
mandamientos expresos del SEÑOR. Es muy triste y vergonzoso que los padres
cristianos de hoy, por “x” o “y” excusa, deleguen la responsabilidad de educar
a los hijos solo a los maestros de escuelas dominicales; cuando son los mismos
padres los principales ministros de la Palabra en sus casas.
Sólo
tengo una palabra de advertencia: Así como la Palabra te manda apartarte de los
libertinos, así también cuídate de aquellos que son legalistas, o los que
poseen un celo religioso, extremo y equivocado. Aléjate de aquellos que solo
juegan a ser teólogos o ministros de la Palabra o con una elevada moral
inexistente, pero que en realidad son hipócritas. Se nutren del orgullo
espiritual. Son capaces de predicar el Evangelio, pero sin tener el Evangelio
en sus corazones y minimizan la Gracia. Este tipo de personas tienen habilidad para
hacer la vida miserable a otros ¿Cuánto más lo será en tu matrimonio y con tus
hijos?... El ejemplo más claro son los fariseos. Mira lo que nuestro SEÑOR
Jesús dijo acerca de ellos:
Mateo
23:1-4, 23, 25-28 “Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos,
diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así
que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis
conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y
difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos
ni con un dedo quieren moverlas” […] “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más
importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario
hacer, sin dejar de hacer aquello” […] “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro
estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de
dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros
blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro
están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros
por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro
estáis llenos de hipocresía e iniquidad”.
Jesús
siempre denunció la hipocresía, pues no vivían conforme a la voluntad de Dios.
Aún tengo el vívido recuerdo del testimonio de una esposa de pastor que estaba
al frente de un púlpito. Escuchaba el sermón de un evangelista que predicaba
con gran elocuencia y fuerza bíblica, y a su lado estaba sentada la esposa de
este ministro. La esposa del pastor anfitrión se le ocurrió preguntar a la
esposa del ministro:
–
¿Su esposo siempre es así de bíblico e íntegro cuando no está predicando en el
púlpito?
–
¡Como así fuera! –Respondió la esposa del ministro–. El hombre que está
predicando no se parece en nada a mi marido.
Creo
que comprendes el punto. De nuevo: Cuídate de ellos, que Dios te de
discernimiento, porque es más fácil reconocer a un libertino impío que a
alguien que dice ser cristiano pero que no vive como afirma ser. Aclaro: No
confundas épocas de inmadurez e ignorancia, porque todos en algún momento hemos
transitado por el camino del legalismo (especialmente en nuestros primeros años
de convertido), con el legalismo como manera de vivir; no es lo mismo. El varón
bíblico es alguien que nunca desliga del Evangelio sus consecuencias y
aplicaciones prácticas: “Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de
su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (Juan
3:23).
Asegúrate que sea
un hombre de oración
Charles
H. Spurgeon dijo en cierta ocasión: “Una vida sin oración es una vida sin
Cristo”. Un varón cristiano que ora genuinamente es evidencia de su conversión
(Léase Hechos 9:11). Sin importar cuántas horas dedique y persevere en la
oración, en un cristiano debe ser natural orar e interceder por otros, debido
que comprende que la oración es relación con Dios, siendo Él Su Rey y Su Padre
(Léase Mateo 6:5-15). Toma como modelo al SEÑOR Jesucristo, pues su vida de
oración su modo de vivir durante los años que vivió aquí en la Tierra (Léase,
por ej. Mateo 14:23; 26:36, 39; Marcos 1:35; Lucas 9:15, 20). Es obediente al
mandamiento de orar: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la
puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te
recompensará en público” (Mateo 6:6); “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17);
principalmente que sea un consultador de la voluntad de Dios (Léase Mateo 6:10;
26:42; Romanos 12:1-2 y 2 Corintios 10:4-6); y estimula a otros a hacer lo
mismo: “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro
Hacedor” (Salmo 95:6). Por último, comprende que NO ORAR es pecado: “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra
Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y
recto” (1 Samuel 12:23).
¿Acaso
no quisieras tener un esposo que, al despertar cada mañana, durante todo el día
y al acostarse, siempre te tuviese a ti y a tus hijos en sus oraciones? ¡Sé que
me dirás que sí! El varón cristiano recibe la gracia para interceder por los
suyos a fin de que ellos sirvan al SEÑOR: “pero yo y mi casa serviremos a
Jehová” (Josué 24:15f); y que como Job, oraba para que el SEÑOR les conceda el
arrepentimiento y caminar una vida de santidad: “Y acontecía que habiendo
pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se
levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos.
Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra
Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días” (Job 1:5). Debe ser
su ejemplo y determinación que incluya a toda su familia a orar en unidad y
perseverancia: “Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y
Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo,
Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. Todos éstos perseveraban unánimes en
oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus
hermanos” (Hechos 1:13-14). Por último, el varón cristiano entiende que ha de
amar a su esposa a tal grado que ninguna falta contra ella pueda estorbar sus
oraciones (Léase 1 Pedro 3:7).
Asegúrate que tenga
un concepto claro y alto acerca de la fidelidad conyugal
Hace
muchos años participé en una conferencia para jóvenes y escuché por parte de un
expositor una definición de noviazgo que nunca he olvidado desde la primera vez
que la escuché: “El noviazgo es la elección de un hombre entre tantos hombres y
de una mujer entre tantas mujeres, para unirse en el santo estado del matrimonio”.
Es decir, el varón con el que has de considerar casarte debe tener un concepto
claro de que el matrimonio lo forman dos. Esto nos lo enseña incluso desde el
primero libro de la Biblia: “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre,
hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso
de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón
fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a
su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:22-24). Ya no más serán dos, sino
uno solo. El apóstol Pablo también recalca la importancia del matrimonio entre
dos personas y lo que éste representa: “Así también los maridos deben amar a
sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se
ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la
cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de
su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y
se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio;
mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de
vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su
marido” (Efesios 5:28-33). En otras palabras, el matrimonio es la viva
representación del Evangelio.
El
verdadero varón bíblico toma muy en serio las advertencias contra el adulterio
y la fornicación. Sólo puede alegrarse con la mujer de su juventud, y con la
cuál puede satisfacerse sexualmente; nunca estará en brazos de una mujer ajena
a ella (Léase Proverbios 5:18-21); también dice el predicador: “Goza de la vida
con la mujer que amas” (Léase Eclesiastés 9:9a); y el autor de Hebreos: “Honroso
sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a
los adúlteros los juzgará Dios” (Hebreos 13:4), pues los fornicarios y los
adúlteros no entran en el Reino de Dios (Léase 1 Corintios 6:9-11). Que sea tan
serio y muy consciente en este aspecto que incluso tenga que huir corriendo
como José lejos de la tentación, porque sabe que no solo peca contra su
matrimonio, sino también contra Dios (Léase Génesis 39:5-9); que ninguna
palabra corrompida e inmoral de ninguna clase salga de su boca (Léase Efesios
4:29); y que, con la gracia de Dios, sepa reconocer y discernir cuando se
aproxima un causa de tropiezo y hacer uso de todos los medios posibles para no
contaminar ni sus ojos ni sus miembros (Léase Mateo 5:27-30). Además no
convierte la gracia en libertinaje o licencia para pecar (Romanos 6:1-4; Judas
4). Por último, que no tenga un apego por los placeres del mundo, de la carne y
de la vanagloria de la vida (Léase Santiago 4.4-5 y 1 Juan 2:15-26). En unas
cuantas palabras: Que sea un hombre piadoso en Cristo, que te trate con toda
pureza y como a hermana; y que su anhelo sea que tu santidad sea perfeccionada con
el temor de Dios; así como que crezcas en gracia y conocimiento (Léase 2
Corintios 7:1; 1 Timoteo 5:1-2 y 2 Pedro 3:18). En cuanto a la intimidad, es un
hombre que sabrá esperar hasta el día en que unan sus vidas en el estado santo
del matrimonio. Bienaventurado aquél que anduviere así incluso antes de
casarse:
Salmo
128:1-4 “Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos.
Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien.
Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como
plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el hombre
que teme a Jehová”.
Conozco
a una docena de varones jóvenes que, cuando se reúnen con sus novias, antes de
iniciar sus citas y salidas, comparten un tiempo devocional juntos y se dedican
a orar antes que cualquier otra actividad pendiente. Cuando hacen de su
relación con Dios su mayor prioridad, sujetos a Su señorío, estos jóvenes
adquieren más conciencia de la presencia del Espíritu Santo en ellos, y son
menos proclives a caer en la tentación. Sería muy bueno que tomaran su ejemplo
(Léase Mateo 26:41).
Asegúrate que de
que te trate como a vaso más frágil
Ten
presente que la persona con el que te casarás no puede ni deberá tratarte de
tal forma que te denigre en los aspectos físico, moral y espiritual. En la
medida que te trate hoy, será la misma o mayor medida que te tratará durante su
matrimonio.
El
apóstol Pedro nos enseña cómo el hombre debe tratar a su mujer: “Vosotros,
maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres,
como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor como a
coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean
estorbadas” (1 Pedro 3:7) (LBLA). La versión de La Biblia de Las Américas es
más explícita. ¿Cómo podemos convivir con ellas de manera comprensiva?
Escuchando sus asuntos, sus problemas, sus preocupaciones y sus alegrías. Y
hemos de honrarlas como hermanas nuestras que han recibido la misma gracia de
Dios.
El
apóstol Pablo también nos proporciona otras directrices: “Maridos, amad a
vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento
del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese
santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como
a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como
también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y
de sus huesos” (Efesios 5:25-30); y “Maridos, amad a vuestras mujeres, y
no seáis ásperos con ellas” (Colosenses 3:19). Sea un varón que sea pronto para
oír, tardo para hablar y para airarse, así como de refrenar su lengua (Santiago
1:19-20, 26; 3:2-12). Son las situaciones en las que se ejercen mucha presión
las que demuestran nuestro verdadero carácter y la realidad de lo que somos y
pensamos en nuestro corazón (Léase Mateo 15:18-20).
En
resumen, el varón cristiano debe considerar a su futura esposa de la siguiente
manera:
• Convive
con ella de manera comprensiva
•
Como a vaso más frágil, es decir, considerando su delicadeza y cuidado
•
Coheredera de la gracia que ha recibido en Cristo
•
Amarla del mismo modo que Cristo ama a Su Iglesia
•
Procurar y alentarla en su santificación por la oración y la instrucción de la
Palabra
•
No ser áspero con ella, sino que la ame, la cuide y la sustente tanto en lo
material como en lo espiritual.
•
Cuida su lenguaje y de no airarse contra ella.
El
varón cristiano debe ser un temeroso de Dios, porque debe estar consciente que
tendrá bajo su cuidado a una hija de Dios y Él vela por ella. ¡Ay de aquél que
la descuide y la deshonre!
Un
aporte extra que me ha dado un hermano mayor en la fe, y que bien puede
servirte: Observa al varón cómo trata y se relaciona con su madre y sus
hermanas (si las tiene). Pues de la forma que trate a las mujeres de su
familia, también te tratará así; pues así es cómo evidencia su convivencia
diaria con el sexo femenino (Léase 6:1-3).
Preocúpate más por
el estado de su corazón que por su apariencia
Claro,
es natural que una mujer anhele que su futuro esposo tenga un atractivo
agraciado. Pero eso no es lo primordial. No importa si es alto, o de baja
estatura, obeso o delgado, de tez morena o blanca; eso no tiene ninguna importancia
si en su corazón carece de un anhelo y amor por Dios. Si eres cristiana,
comprenderás muy bien esto. Mirar sólo las apariencias es más un asunto de
superficialidad y un reflejo de nuestro corazón, de cómo somos realmente. Te
pondré un ejemplo bíblico: El rey Saúl.
De
Saúl dice la Escritura que su físico era realmente impresionante: “Había un
varón de Benjamín, hombre valeroso, el cual se llamaba Cis, hijo de Abiel, hijo
de Zeror, hijo de Becorat, hijo de Afía, hijo de un benjamita. Y tenía él un
hijo que se llamaba Saúl, joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había
otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo”
(1 Samuel 1:2); sí, Saúl era un galán israelita. Sin embargo, observa lo que
sucedió después: Dios le mandó destruir todo vestigio de Amalec, un pueblo
enemigo de Israel; pero Saúl permitió seguir con vida al rey de Amalec, y a
animales de condición perfecta para darles un uso religioso en los sacrificios
(Léase 1 Samuel 15:15-26). A los ojos de nuestro Dios esto fue un acto de alta
desobediencia. El profeta Samuel lo confrontó cara a cara para anunciar juicio
a Saúl: “Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y
víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el
obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de
los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e
idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él
también te ha desechado para que no seas rey” (1 Samuel 15:22-23). Como parte
del Juicio divino, más adelante a Saúl le fue retirada la presencia del
Espíritu Santo: “El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un
espíritu malo de parte de Jehová” (1 Samuel 16:14) (Nota: Quiero aclarar que en el AT el Espíritu Santo sólo moraba
temporalmente en aquellos que eran ungidos para un servicio especial; la morada
permanente solo fue posible hasta después de la exaltación de Jesucristo; léase
Juan 7:37-39).
En
cambio, Dios designa a David como futuro rey sobre Israel. Cuando Samuel estuvo
frente a los hijos de Isaí para ungir al que sería rey, pensó que Eliab era el
escogido porque estaba impresionado por su apariencia: “Y aconteció que cuando
ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su
ungido” (1 Samuel 16:6). Pero Dios le corrigió su entendimiento y rechazó a
este candidato: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo
grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira
el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová
mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Es curioso que Isaí llamó a todos sus hijos
para atender a Samuel, a excepción del joven David. Esto demuestra el nivel y
pensamiento que tenían de él y que no le apreciaban totalmente (Léase 1 Samuel
16:11). Pero como dijo el SEÑOR, Él solo toma en cuenta el corazón beneficiado
por Su gracia para conformarse a Su voluntad; en este caso, de David (Léase 1
Samuel 16:12-13).
El
físico no es el estándar del amor matrimonial. Es mejor un hombre obediente que
un hombre “de hermoso parecer”, pero desobediente (Léase Deuteronomio 11:13;
27; 28:1-13; Eclesiastés 12:13; Lucas 11:28; Romanos 6:17; Santiago 1:25 y 1
Pedro 1:14). Si la apariencia física fuera determinante, entonces tu amor
cambiaría de parecer acerca de tu pareja a la primera oportunidad y en formas
muy negativas.
En
conclusión: No te preocupes por su apariencia. Si Dios es tu padre, sigue su
misma línea de pensamiento: “El hombre mira lo que está delante de sus ojos,
pero Jehová mira el corazón”.
No esperes a que él
sea 100% perfecto
En
el punto anterior analizamos el aspecto externo, ahora veremos el aspecto
interno. Antes de que el SEÑOR tuviese a bien convertirnos, teníamos ideas
preconcebidas de una pareja perfecta, una “media naranja” o, en el caso de las
mujeres, “un príncipe azul”. Una vez que Dios nos salva por gracia, en
ocasiones trasladamos esas ideas acerca del noviazgo. Bueno, como dijo un
hermano, con cierta ironía: “No esperes a que un varón sea el apóstol Pablo de
la noche a la mañana, él también necesita crecer en la gracia”. Sí, así pasa
(risas).
Recuerda,
mi hermana, que él es un pecador redimido y perdonado por Cristo tanto como tú
(Léase 1 Timoteo 1:14-15; 1 Pedro 1:18-21). Todavía tiene luchas y guerra
contra el pecado que mora en él, tanto como tú (Léase Romanos 7:15-25); pero
tiene conciencia y certeza de que ninguna condenación hay si él está en Cristo
Jesús, tanto como tú (Léase Romanos 8:1-2). Como un hijo de Dios, depende del
Espíritu Santo para mortificar el pecado y las obras de la carne cada día,
tanto como tú (Léase Romanos 8:13-14); si es de Cristo crucificará sus pasiones
y deseos (Léase Gálatas 5:22-24). Tanto como tú, él sabe de antemano que Dios
da la fortaleza para resistir la tentación y con ella la salida de ella; y
quien resista la tentación, es bienaventurado (Léase 1 Corintios 10:13 y
Santiago 1:12).
Principalmente,
mi hermana, recuerda lo que enseña la Escritura: es Dios quien comienza la obra
en nosotros, y la perfeccionará hasta el regreso del SEÑOR Jesús en Su segunda
venida (Léase Filipenses 1:6); es poderoso para actuar en nosotros (Léase
Efesios 3:20-21); nos concede Su gracia y su poder que se perfecciona en
nuestras debilidades (Léase 2 Corintios 12:9); y como finaliza Judas en su
breve epístola: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y
presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y
sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora
y por todos los siglos. Amén” (Judas 24-25).
Todos
tenemos nuestras caídas y nuestros tiempos de inmadurez o debilidad. En casos
en que seamos ofendidos o decepcionados, actuemos tal como el Gran Maestro nos
ha enseñado: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces
perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo:
No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:20-21);
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable
misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere
queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo
vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo
perfecto” (Colosenses 3:12-14); y “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente
amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8).
No
estoy alentando a nadie a que baje sus estándares de madurez espiritual,
devoción y santidad de la expectativas de un hombre bíblico, de los cuales
hemos presentado puntos arriba; pero sí que sea suficientemente realista como
para considerar sus debilidades y fallas como las de uno mismo: “Hermanos, si
alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que
tú también seas tentado” (Gálatas 6:1).
Ten muy claro tu
concepto acerca del amor, así como él del suyo
Este
punto lo dejé a propósito para al final. Mi pregunta tanto para ti como para la
persona con la que consideras formalizar una relación es: ¿Qué concepto tienes
del amor? El amor, mi hermana, es tan difícil de conceptualizar en pocas
palabras, que incluso el apóstol Pablo lo definió a través de hechos y
actitudes: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor
no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo
suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza
de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El
amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13:4-8a). Ciertamente esta descripción del
amor bíblico se extiende a nivel de iglesia local, pero en él tenemos principios
básicos para toda clase de relación cristiana, incluyendo la de noviazgo y
matrimonio.
Me
preocupa el significado que se le da a la palabra “amor”, en el sentido de que
se confunde o se solapa muchas veces con el “enamoramiento”. El enamoramiento
es un término muy común en las relaciones humanas, y además con fuerte acento
pasajero. El enamoramiento, entendido como tal, está más implicado con las
emociones y la primera impresión. Una hermana en Cristo presentó un excelente
aporte acerca de lo que es el “enamoramiento”: “Enamoramiento es una primera
etapa del amor, donde hay un acercamiento y se está ilusionados, pero no se ama
realmente porque lo que priman son las reacciones físicas y hormonales: Se
idealiza a la otra persona, se sienten mariposas en el estómago, se pone
la piel de gallina, etc. Eso es transitorio, ya que es una emoción” (2). Estoy
de acuerdo con ello.
Por
lo tanto, necesitamos definir el amor sobre su base correcta, y ésta se halla
en la Palabra de Dios. Porque en la medida que uno posea un concepto acerca de
lo que es el amor, es la misma medida en la se expresará en cualquier relación
que uno tenga, sea padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo; e incluso
con el cónyuge. Es muy cierto que hay cosas muy propias del matrimonio que no
encuadra en todas las relaciones interpersonales, como la intimidad sexual, el
debido romance entre un hombre y una mujer, los bellos sentimientos o la
procreación de los hijos (los cuales son buenos y son dones de Dios, léase
Santiago 1:17); pero el principio básico y regulador para nuestras actitudes y
acciones es el mismo y tiene su base en la Biblia: Amar como Cristo ama. En
otras palabras, vivir ajustados y alineados al poder, la gracia, la
satisfacción y la suficiencia del Evangelio. Por ejemplo, en las epístolas
encontramos muchas exhortaciones prácticas sobre cómo aplicar el amor en Cristo
en muchas áreas de la vida.
Para
amar primeramente necesitamos conocer a Dios, porque en la medida que le
conozcamos, le amamos a Él y a los nuestros: “El que no ama, no ha conocido a
Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Es de Dios la fuente de donde brota y
fluye el verdadero amor. El amor a Dios siempre es “ágape”, del tipo puro,
supremo y dador. Así lo confirma la Escritura: “Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16); “En esto consiste el amor: no en
que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a
su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado
así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1 Juan 4:10-11); “Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois
mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas
las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:13-15) y “En
esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también
nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16); “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado,
que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:334-35). Y hay
más textos bíblicos que ratifican la misma convicción. Por lo tanto, el amor,
en sí mismo, es una dádiva voluntaria de nosotros por otros, en hechos y
actitudes; tal como Dios y Cristo nos han amado.
Basado
en el argumento anterior, si tuviera que definir y resumir el amor bíblico, es
el acto de darse a sí mismo a otros, como una dádiva, como un regalo; como una
ofrenda voluntaria de nosotros siendo Dios el que dispone en nosotros el querer
como el hacer (Léase Filipenses 2:13).
Por
último, el amor conyugal también es un mandamiento, no solamente un estilo de
vida centrada en Jesús. En el contexto de la exhortación de Efesios 5:22-33,
contiene muchos imperativos; es decir, son mandamientos de amar a tu esposo o a
tu esposa de la misma manera que Cristo ama a Su Iglesia. Si es un mandamiento,
implica que sienta o no sienta, desee o no desee, he de morirme a mí mismo y darme
a mi cónyuge en los términos estipulados por el SEÑOR mismo. Paul Washer recalca
esta importancia. Un hombre se le acercó a él y le comentó:
–
Mire, yo siento que ya no amo a mi esposa. Todo está muerto.
–
¡Arrepiéntase! –responde Washer– Y ame a su esposa (3).
No
amar es pecado (Léase Mateo 22:34-40). R. C. Sproul está convencido de lo
mismo: “En el matrimonio cristiano, el amor no es una opción; es un deber”. El
amor se actúa, no se siente ni se altera o manipula con las emociones
pasajeras; aunque en el proceso podemos sentir gozo de darnos a nosotros
mismos, darnos de gracia, del modo que recibimos la gracia. Incluso en sus
mandamientos acerca del amor a Dios, al prójimo, a los enemigos o a los
hermanos; en ninguno dice: “ama cuando tus sentimientos afloren”, sino “ama con
hechos”, con fruto del Espíritu Santo (Léase Gálatas 5:22). Es lógico. Nada
bueno hay en nosotros, y aun nuestro corazón es perverso, necio, corrompido y
engañoso, como lo dice el profeta Jeremías (Léase Jeremías 17:9). En el puente
de Juan 13 al 15, Jesús nos dice: “amen como Yo los he amado”, pero también
dice: “Sin mí nada pueden hacer”, ¿Por qué? Porque Él es la vid. Nuestro amor a
Dios y amor al hermano, dependen de Cristo; no de nosotros mismos. El amor de
Cristo, que debe fluir en nosotros, no se mide o se encajona en sentimientos ni
emociones; sino en hechos, obras y fruto. Para eso hemos sido puestos, para dar
mucho fruto, y en este fruto abundante es glorificado el Padre (Léase Juan
15:4-5, 8).
Por
tanto, mi hermana, luego de esta larga disertación, pero muy importante, te
invito a que medites bien acerca de cuál es tu concepto acerca del amor
verdadero. Porque en el matrimonio, se espera que tanto tú como tu compañero de
vida, como hijos de Dios, cristianos y nacidos de nuevo; se correspondan
mutuamente en el amor de Cristo.
Últimas
consideraciones
Seguramente
hay muchas consideraciones bíblicas a tomar en cuenta, pero las que he descrito
arriba son las básicas. Hay excelentes estudios bíblicos sobre el tema que
sería bueno que empezaras a buscarlos y reflexionar sobre ellos. Sólo me he
enfocado en aspectos esenciales y espirituales. ¿Habría que añadir algo más?
Sí, solo dos cosas: El trabajo y el sentido del humor.
En
cuanto a lo primero, el trabajo: Sea que se ocupe en la obra del SEÑOR o no
como ministro, debe ser un hombre responsable. El apóstol Pablo dice: “Porque
si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado
la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8); porque el trabajo es
bendición y don de Dios: “Y también que es don de Dios que todo hombre coma y
beba, y goce el bien de toda su labor” (Eclesiastés 3:13); pero sin entrar en
el afán (Léase Mateo 6:25-34). Tus padres estarán muy preocupados sobre este
asunto porque tiene que ver con la capacidad para sustentarte (De hecho la
primera persona en resentir los efectos del quiebre de la economía del hogar es
la madre, lo cual es muy comprensible).
En
cuanto a lo segundo, el sentido del humor: Que el hombre sea tan serio como
para no caer en la trampa de la amargura (Léase Efesios 4:31 y Hebreos 12:15),
pero, a la vez, sea tan capaz de arrancarte risas y sonrisas con la sencillez y
alegría de un niño en su corazón; lo que no implica inmadurez o infantilismo (Léase
Proverbios 5:18).
Si
aun no has encontrado al varón cristiano con el que has de casarte según la
voluntad de Dios; no desesperes, todo a Su tiempo. Dios dispondrá todas las
cosas y circunstancias necesarias para unirte a esa persona idónea para ti, conforme
a Su propósito eterno. Es bíblico: Isaac y Rebeca (Léase Génesis 24:12-27;
61-67); Jacob y Raquel (Léase Génesis 29:4-11, 16-20, 28-30); Ruth y Booz
(Léase Ruth 2:4-13; 3:7-14; 4:9-17); Ester y Asuero (Léase 2:5, 7-9, 15-18;
3:6, 8-11; 4:1-3, 13-17; 5:1-4; 7:2-10; 8:4-8); José y María (Léase Mateo
1:18-2:23; Lucas 1:26-38; 2:1.52). Mientras esa persona llega, prepárate en
todo. Prepárate
para ser ayuda idónea: “Ser ayuda de tu esposo significa que todos tus
talentos, habilidades, recursos, y energía están a su disposición, para su bien
y para el de tus hijos –escribe Liliana
Llambés–. Debemos ayudar a nuestros esposos a cumplir el propósito que el
Señor le ha dado” (4).Crece en santidad, en obediencia y humildad, la cual será necesaria para
someterte a tu futuro esposo en el temor de Dios; sin por ello sacrificar tu
dignidad, ni lo que a Dios le agrada (Léase Mateo 11:29; Efesios 5:21-24;
Filipenses 3:2-11 y Colosenses 3:18). Que tu conducta sea casta y respetuosa,
afable y apacible de espíritu así como modesta y prudente en tu modo de vestir
(Léase 1 Pedro 3:1-6). Contribuye en el progreso del Evangelio. Sé una mujer
virtuosa y sabia con todas las características de Proverbios 31:10-31. Recibe
el consejo de tus hermanas mayores que son maestras del bien, de la instrucción
de tus padres, y de la enseñanza pastoral (Léase Proverbios 1:8; 1 Timoteo 3:2
y Tito 2:3). Ocúpate en la lectura y estudio diligente de la Palabra y que el SEÑOR
te conceda ser hacedora de Su Palabra (Léase 1 Timoteo 4:13; Santiago 1:22).
Sobre todo que toda tu vida sea Cristo, y solamente Cristo (Léase Gálatas
2:20). Que nuestro SEÑOR te ayude en
todas estas cosas y confirme la certeza y seguridad de esa posible relación en
puerta.
Por
último, si el matrimonio es tu llamado, deseo que en el día de tu boda, la
persona que Dios te haya escogido para ser tu esposo te ofrezca unos votos
semejantes y basados en Efesios 5:22-33:
“Yo,
________, he procurado y procuraré tomar como modelo a Jesucristo en todas las
áreas de mi vida, incluyendo lo que será mi vida junto a ti, como uno solo
contigo de ahora en adelante; por lo tanto, te tomo por esposa a ti, mi amada
________, y te prometo que te amaré siempre de la misma manera que Él amó y ama
a Su Iglesia; entregarme a ti como Él se entregó por Su Iglesia sin dudarlo;
anhelando y orando por tu santificación por medio de Su Palabra y comunión con
Él, tal como Él purifica Su Iglesia; sustentándote y cuidándote, como Él a Su
Iglesia; respetarte y amarte tanto o más que a mí mismo, pero teniendo a Jesús
como el centro total y absoluto de nuestra existencia juntos; serte fiel y
estar contigo todos los días de mi vida, en las buenas y en las malas, en la
alegría y en el sufrimiento, en la pobreza y en la prosperidad, en la salud y
en la enfermedad; hasta que la muerte nos separe. Y suplico al SEÑOR que me
conceda Su bendita gracia para cumplir esta promesa todos y cada uno de los
días de mi vida a tu lado…” (5).
Por
lo tanto:
¡Sólo a Dios la
Gloria!
_____________________________________
Notas
bibliográficas:
(1):
‘El Sermón del Monte’ (Tomo I); capítulo 5: ‘Bienaventurados los que lloran (5:4)’
| D. Martyn Lloyd Jones. ‘El Estandarte de la Verdad’. Cuarta edición en
español revisada 2008. Pág. 65.
(2):
Comentario de la hna. Brenda Vivanco en un post de Facebook intitulado:
“¿Debemos enamorarnos de Dios?”. Enlace: https://www.facebook.com/alilomeli/posts/10203143441899067
(3):
‘El cortejo bíblico’ | Paul washer. Fuente electrónica: http://www.youtube.com/watch?v=1SEA7Ng0ELg
(4): ‘Ayuda idónea’ | Liliana de Llambés. Fuente electrónica: http://thegospelcoalition.org/coalicion/article/ayuda-idonea
(5):
Los votos son un extracto de la introducción ‘un amor consagrado y de por
vida’, del artículo: “Un amor de pacto para siempre (Salmo 136)”. Fuente electrónica: http://meditandoensupalabra.blogspot.mx/2014/07/un-amor-de-pacto-para-siempre-salmo-136.html