domingo, 6 de julio de 2014

"¿QUÉ COSAS DEBO CONSIDERAR EN UN VARÓN CRISTIANO ANTES DE CASARME?"

Hace tiempo una hermana en Cristo me hizo la siguiente pregunta: “Hermano, ¿Qué cosas debo considerar en un varón cristiano antes de casarme?”. Francamente, la pregunta me tomó por sorpresa. No sé por qué esperaba que yo le contestara esa duda, sobre todo porque soy soltero (risas). Ya había notado que últimamente se ha vuelto algo “de moda” el tema del noviazgo y matrimonio en las redes sociales; lo cual supuse que tal vez esa pregunta provino de esa influencia en dichos medios. De hecho, entre cristianos, el matrimonio es asunto tan serio, que una decisión fuera de la voluntad de Dios afecta el futuro del mismo. Como alguien escribió hace varios años atrás: “Tengo dos noticias: La buena noticia es que el matrimonio es para toda la vida; la mala noticia es que el matrimonio es para toda la vida”.

En fin, he pedido gracia al SEÑOR en Su Palabra, pues apelo principalmente a Su autoridad en estos asuntos. También corroboré con mi Biblia los buenos y sabios consejos que he recibido de mis hermanos y hermanas mayores en la fe acerca de este tema a lo largo de varios años: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14). Apenas hasta ahora, tuve a bien compartirlo, en el caso de que se les presente una situación similar.

Mi hermana en Cristo: Si lees esta nota, quiero que sepas que procuro tu bien conforme a la Biblia y extiendo la exhortación para ti conforme a la Palabra de Dios. Lee este documento mientras visualizas tu futuro, porque tus decisiones de hoy, dentro o no de la voluntad de Dios, afectan sí o sí tu porvenir. Medita sabiamente y en oración y que te conceda discernimiento para evaluar los motivos del que te pretende. Además, es necesario que conozcas bien a esa persona, con tiempo y sin prisas, antes de formalizar una relación con él. Pide también el consejo de tus padres y el de tu pastor o ancianos de la Iglesia.

Mi hermano en Cristo: Si lees esta nota, no es mi intención ni mi afán intimidarte con todas las cualidades que se requiere de un varón bíblico, pero sí te aliento y te desafío a crecer en la gracia y en el conocimiento del SEÑOR, a fin de que seas un hombre idóneo. Además, los principios bíblicos expresados en este artículo se pueden aplicar de igual modo con las mujeres cristianas.

Una vez dicho esto, continuemos.  

Asegúrate de que sea cristiano y ame a Dios

Es lo primordial. La Biblia no avala el yugo desigual en el matrimonio: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2 Corintios 6:14-15).

Estoy convencido de que a mis hermanas les haría muchísimo bien y consuelo en hacer caso de este consejo y exhortación de la Biblia. Hoy es muy común que muchas hermanas se lamenten el haber desobedecido este mandamiento, pues se han casado con la esperanza de que su pareja se convierta en cristiano una vez instalados en el matrimonio (todos conocemos casos y testimonios así). Sufren cuando el marido es inconverso, no las tratan como a vaso frágil y no pueden vivir la bendición de un hogar enteramente cristiano. En el peor de los casos, el esposo muere sin haber hecho su profesión de fe en el SEÑOR Jesucristo. Se ahorrarían muchas penas y congojas en el proceso.

Es cierto, nadie niega que el evangelio es poder de salvación para todo aquel que cree (Léase Romanos 1:16), que Dios es misericordioso y extiende Su misericordia a quien quiere darla (Léase Romanos 9:15-16), el SEÑOR es soberano para llevarlo a la conversión con el fin de que Él sea glorificado (Léase Jonás 2:9; Efesios 1:3-7); y que el testimonio y la conducta de las esposas debe ser irreprochable con tal de presentar a Cristo a los maridos y sean ganados para Él (Léase 1 Pedro 3:1-2); pero si aún estás a tiempo, entonces es mucho mejor y más sabio seguir la instrucción básica y el consejo de la Escritura: “Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos […] Mas el que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal” (Proverbios 1:29-31, 33); y “No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal” (Proverbios 3:7).

Asegúrate de que tenga fruto de conversión

En el caso del que profesa ser cristiano, asegúrate de que sea salvo. La Escritura dice: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16a). También se nos manda a que nos examinemos a nosotros mismos, si nos hallamos reprobados en la fe (Léase 2 Corintios 13:5). Es bíblico hacerlo y tomar precauciones, especialmente si es nuevo converso. Ora al SEÑOR para que te conceda discernimiento. Puedes realizar preguntas con discreción y prudencia como las siguientes:

El pecado que antes amaba ¿ahora lo aborrece? El Dios que antes aborrecía ¿ahora le ama con todo su corazón? ¿Ha cambiado totalmente su vida de tal manera que su antigua manera de vivir ha sido dejada atrás? ¿Existe evidencia de llenura y fruto del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23)? ¿Es un hombre humilde y manso que reconoce su pobreza de espíritu y su necesidad del Dios de gracia?; Principalmente ¿qué piensa acerca del SEÑOR Jesucristo?¿Tiene fruto digno de arrepentimiento diario por sus pecados? ¿Comprende la importancia e implicaciones del Evangelio de la gracia?  ¿Qué testimonio tiene entre los hermanos de la congregación? Y otras más que bien puedes realizar.

Puedes apoyarte en todo el libro de 1 Juan que es básico para el autoexamen y la seguridad del creyente. Averigua estas cosas con discreción. Pide también consejo de tus padres y de tu pastor acerca de esto.

Asegúrate de que el centro de Su vida sea Cristo y no tú

Esto es muy obvio, pero no está demás recalcarlo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Menciono esto porque ha habido casos en que el noviazgo está descentralizado a tal punto en el que se le da más importancia a la pareja a que Cristo gobierne su relación. Hasta podría caer en el pecado de idolatría (Léase Éxodo 20:1; Deuteronomio 5:7 y Romanos 1:21-23). Incluso, conocemos el típico caso en el que un joven se integra a una iglesia local solo porque en ella se congrega la chica que le agrada; en otras palabras: motivos equivocados.

¿Qué es un cristiano? El Dr. D. Martyn Lloyd-Jones nos da una excelente definición: “Como cristianos, hemos sido hechos, según nos dice la Biblia, a imagen y semejanza del SEÑOR mismo. El cristiano es alguien que es como el SEÑOR Jesucristo. Jesucristo es el ‘primogénito entre muchos hermanos’ (Ro. 8:29); Él es el modelo de cómo debemos ser tú y yo” (1).

Preguntas: ¿Cuánto de Jesús se parece? ¿Cuánto de Él le imita? ¿Es nuestro SEÑOR el centro de su vida y de sus pensamientos? ¿Está sometido a Su gobierno y señorío? ¿Qué tanto de su carácter está siendo moldeado por Él? ¿Cuánto se preocupa de su pecado y de no querer ofender a Su SEÑOR? ¿Tiene la mentalidad de un siervo y esclavo del SEÑOR Jesús? ¿Cuánto de su forma de hablar se asemeja o manifiesta las palabras del Maestro? ¿Tiene pasión por Cristo y carga por las almas, las perdidas y las salvadas? ¿Predica el Evangelio con el mismo fervor que Él? ¿Ama a sus hermanos de la misma manera que el SEÑOR Jesús los ama? ¿Guarda Sus mandamientos por amor a Él? ¿Anhela ser cada día más semejante a Cristo? ¿Lo busca y contempla diariamente en Su Palabra y en la oración? ¿Su vida le glorifica a Él en todo tiempo?

En otros términos, que Cristo hable por sí solo en su vida, en palabra y obra: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.

Asegúrate que sea un hombre obediente a la Palabra de Dios

2 Timoteo 3:15-17 “Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

No es necesario que sea un experto en teología, una enciclopedia bíblica andante o un erudito versado en temas bíblicos; pero sí que sea capaz, por mediación del Espíritu Santo, de entender las verdades básicas y fundamentales de la Biblia y contemplar a Cristo en ella (Léase Lucas 24:27, 44-47; 2 Timoteo 3:15-17; 1 Juan 2:20, 27). Un varón cristiano solo hablará de acuerdo a la sana doctrina, en su contexto, y no de acuerdo a su propio criterio y opinión acerca de lo que la Biblia dice (Léase Tito 2:1; 2 Pedro 1:19-21). Vivirá haciendo de la Palabra su estilo de vida, ocupado en la lectura y en la enseñanza de la misma (Léase 1 Timoteo 4:13; Santiago 1:22), sabiendo que en la Escritura tiene toda la instrucción necesario para ser maduro y capacitado para toda buena obra (Léase 2 Timoteo 3:17). Ha de ser esforzado y valiente para caminar en obediencia a la Palabra (Léase Josué 1:8-9); comprendiendo que en ella es toda su bienaventuranza y contentamiento (Léase Salmo 1:1-2). Un hombre tan saturado de la Palabra de Dios que puede aplicarla en cualquier área de su vida cotidiana. Su obediencia es prueba de Su amor a Cristo: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14:21c).

Ahora bien, el varón cristiano tiene un ministerio principal de la Palabra en su matrimonio y familia; es decir, que sea capaz de gobernar su casa con la Escritura (Léase, como un principio, 1 Timoteo 3:4-5). Es decir, tiene que ser capaz de instruir a su esposa, quien también tiene derecho a ser enseñada por él (Léase Josué 8:35); así como de instruir a sus hijos: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:5-7; compárese con Deuteronomio 11:18-21); “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Por tanto, no puede faltar a este mandamiento y deber para con los suyos, pues son mandamientos expresos del SEÑOR. Es muy triste y vergonzoso que los padres cristianos de hoy, por “x” o “y” excusa, deleguen la responsabilidad de educar a los hijos solo a los maestros de escuelas dominicales; cuando son los mismos padres los principales ministros de la Palabra en sus casas.

Sólo tengo una palabra de advertencia: Así como la Palabra te manda apartarte de los libertinos, así también cuídate de aquellos que son legalistas, o los que poseen un celo religioso, extremo y equivocado. Aléjate de aquellos que solo juegan a ser teólogos o ministros de la Palabra o con una elevada moral inexistente, pero que en realidad son hipócritas. Se nutren del orgullo espiritual. Son capaces de predicar el Evangelio, pero sin tener el Evangelio en sus corazones y minimizan la Gracia. Este tipo de personas tienen habilidad para hacer la vida miserable a otros ¿Cuánto más lo será en tu matrimonio y con tus hijos?... El ejemplo más claro son los fariseos. Mira lo que nuestro SEÑOR Jesús dijo acerca de ellos:

Mateo 23:1-4, 23, 25-28 “Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” […] “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” […] “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad”.

Jesús siempre denunció la hipocresía, pues no vivían conforme a la voluntad de Dios. Aún tengo el vívido recuerdo del testimonio de una esposa de pastor que estaba al frente de un púlpito. Escuchaba el sermón de un evangelista que predicaba con gran elocuencia y fuerza bíblica, y a su lado estaba sentada la esposa de este ministro. La esposa del pastor anfitrión se le ocurrió preguntar a la esposa del ministro:

– ¿Su esposo siempre es así de bíblico e íntegro cuando no está predicando en el púlpito?
– ¡Como así fuera! –Respondió la esposa del ministro–. El hombre que está predicando no se parece en nada a mi marido.

Creo que comprendes el punto. De nuevo: Cuídate de ellos, que Dios te de discernimiento, porque es más fácil reconocer a un libertino impío que a alguien que dice ser cristiano pero que no vive como afirma ser. Aclaro: No confundas épocas de inmadurez e ignorancia, porque todos en algún momento hemos transitado por el camino del legalismo (especialmente en nuestros primeros años de convertido), con el legalismo como manera de vivir; no es lo mismo. El varón bíblico es alguien que nunca desliga del Evangelio sus consecuencias y aplicaciones prácticas: “Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (Juan 3:23).

Asegúrate que sea un hombre de oración

Charles H. Spurgeon dijo en cierta ocasión: “Una vida sin oración es una vida sin Cristo”. Un varón cristiano que ora genuinamente es evidencia de su conversión (Léase Hechos 9:11). Sin importar cuántas horas dedique y persevere en la oración, en un cristiano debe ser natural orar e interceder por otros, debido que comprende que la oración es relación con Dios, siendo Él Su Rey y Su Padre (Léase Mateo 6:5-15). Toma como modelo al SEÑOR Jesucristo, pues su vida de oración su modo de vivir durante los años que vivió aquí en la Tierra (Léase, por ej. Mateo 14:23; 26:36, 39; Marcos 1:35; Lucas 9:15, 20). Es obediente al mandamiento de orar: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6); “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17); principalmente que sea un consultador de la voluntad de Dios (Léase Mateo 6:10; 26:42; Romanos 12:1-2 y 2 Corintios 10:4-6); y estimula a otros a hacer lo mismo: “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor” (Salmo 95:6). Por último, comprende que NO ORAR es pecado: “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto” (1 Samuel 12:23).

¿Acaso no quisieras tener un esposo que, al despertar cada mañana, durante todo el día y al acostarse, siempre te tuviese a ti y a tus hijos en sus oraciones? ¡Sé que me dirás que sí! El varón cristiano recibe la gracia para interceder por los suyos a fin de que ellos sirvan al SEÑOR: “pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15f); y que como Job, oraba para que el SEÑOR les conceda el arrepentimiento y caminar una vida de santidad: “Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días” (Job 1:5). Debe ser su ejemplo y determinación que incluya a toda su familia a orar en unidad y perseverancia: “Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1:13-14). Por último, el varón cristiano entiende que ha de amar a su esposa a tal grado que ninguna falta contra ella pueda estorbar sus oraciones (Léase 1 Pedro 3:7).

Asegúrate que tenga un concepto claro y alto acerca de la fidelidad conyugal

Hace muchos años participé en una conferencia para jóvenes y escuché por parte de un expositor una definición de noviazgo que nunca he olvidado desde la primera vez que la escuché: “El noviazgo es la elección de un hombre entre tantos hombres y de una mujer entre tantas mujeres, para unirse en el santo estado del matrimonio”. Es decir, el varón con el que has de considerar casarte debe tener un concepto claro de que el matrimonio lo forman dos. Esto nos lo enseña incluso desde el primero libro de la Biblia: “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:22-24). Ya no más serán dos, sino uno solo. El apóstol Pablo también recalca la importancia del matrimonio entre dos personas y lo que éste representa: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Efesios 5:28-33). En otras palabras, el matrimonio es la viva representación del Evangelio.

El verdadero varón bíblico toma muy en serio las advertencias contra el adulterio y la fornicación. Sólo puede alegrarse con la mujer de su juventud, y con la cuál puede satisfacerse sexualmente; nunca estará en brazos de una mujer ajena a ella (Léase Proverbios 5:18-21); también dice el predicador: “Goza de la vida con la mujer que amas” (Léase Eclesiastés 9:9a); y el autor de Hebreos: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hebreos 13:4), pues los fornicarios y los adúlteros no entran en el Reino de Dios (Léase 1 Corintios 6:9-11). Que sea tan serio y muy consciente en este aspecto que incluso tenga que huir corriendo como José lejos de la tentación, porque sabe que no solo peca contra su matrimonio, sino también contra Dios (Léase Génesis 39:5-9); que ninguna palabra corrompida e inmoral de ninguna clase salga de su boca (Léase Efesios 4:29); y que, con la gracia de Dios, sepa reconocer y discernir cuando se aproxima un causa de tropiezo y hacer uso de todos los medios posibles para no contaminar ni sus ojos ni sus miembros (Léase Mateo 5:27-30). Además no convierte la gracia en libertinaje o licencia para pecar (Romanos 6:1-4; Judas 4). Por último, que no tenga un apego por los placeres del mundo, de la carne y de la vanagloria de la vida (Léase Santiago 4.4-5 y 1 Juan 2:15-26). En unas cuantas palabras: Que sea un hombre piadoso en Cristo, que te trate con toda pureza y como a hermana; y que su anhelo sea que tu santidad sea perfeccionada con el temor de Dios; así como que crezcas en gracia y conocimiento (Léase 2 Corintios 7:1; 1 Timoteo 5:1-2 y 2 Pedro 3:18). En cuanto a la intimidad, es un hombre que sabrá esperar hasta el día en que unan sus vidas en el estado santo del matrimonio. Bienaventurado aquél que anduviere así incluso antes de casarse:

Salmo 128:1-4 “Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien. Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Jehová”.

Conozco a una docena de varones jóvenes que, cuando se reúnen con sus novias, antes de iniciar sus citas y salidas, comparten un tiempo devocional juntos y se dedican a orar antes que cualquier otra actividad pendiente. Cuando hacen de su relación con Dios su mayor prioridad, sujetos a Su señorío, estos jóvenes adquieren más conciencia de la presencia del Espíritu Santo en ellos, y son menos proclives a caer en la tentación. Sería muy bueno que tomaran su ejemplo (Léase Mateo 26:41). 

Asegúrate que de que te trate como a vaso más frágil

Ten presente que la persona con el que te casarás no puede ni deberá tratarte de tal forma que te denigre en los aspectos físico, moral y espiritual. En la medida que te trate hoy, será la misma o mayor medida que te tratará durante su matrimonio.

El apóstol Pedro nos enseña cómo el hombre debe tratar a su mujer: “Vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean estorbadas” (1 Pedro 3:7) (LBLA). La versión de La Biblia de Las Américas es más explícita. ¿Cómo podemos convivir con ellas de manera comprensiva? Escuchando sus asuntos, sus problemas, sus preocupaciones y sus alegrías. Y hemos de honrarlas como hermanas nuestras que han recibido la misma gracia de Dios.

El apóstol Pablo también nos proporciona otras directrices: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,  a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Efesios 5:25-30); y “Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (Colosenses 3:19). Sea un varón que sea pronto para oír, tardo para hablar y para airarse, así como de refrenar su lengua (Santiago 1:19-20, 26; 3:2-12). Son las situaciones en las que se ejercen mucha presión las que demuestran nuestro verdadero carácter y la realidad de lo que somos y pensamos en nuestro corazón (Léase Mateo 15:18-20).

En resumen, el varón cristiano debe considerar a su futura esposa de la siguiente manera:

• Convive con ella de manera comprensiva
• Como a vaso más frágil, es decir, considerando su delicadeza y cuidado
• Coheredera de la gracia que ha recibido en Cristo
• Amarla del mismo modo que Cristo ama a Su Iglesia
• Procurar y alentarla en su santificación por la oración y la instrucción de la Palabra
• No ser áspero con ella, sino que la ame, la cuide y la sustente tanto en lo material como en lo espiritual. 
• Cuida su lenguaje y de no airarse contra ella.

El varón cristiano debe ser un temeroso de Dios, porque debe estar consciente que tendrá bajo su cuidado a una hija de Dios y Él vela por ella. ¡Ay de aquél que la descuide y la deshonre!

Un aporte extra que me ha dado un hermano mayor en la fe, y que bien puede servirte: Observa al varón cómo trata y se relaciona con su madre y sus hermanas (si las tiene). Pues de la forma que trate a las mujeres de su familia, también te tratará así; pues así es cómo evidencia su convivencia diaria con el sexo femenino (Léase 6:1-3). 

Preocúpate más por el estado de su corazón que por su apariencia

Claro, es natural que una mujer anhele que su futuro esposo tenga un atractivo agraciado. Pero eso no es lo primordial. No importa si es alto, o de baja estatura, obeso o delgado, de tez morena o blanca; eso no tiene ninguna importancia si en su corazón carece de un anhelo y amor por Dios. Si eres cristiana, comprenderás muy bien esto. Mirar sólo las apariencias es más un asunto de superficialidad y un reflejo de nuestro corazón, de cómo somos realmente. Te pondré un ejemplo bíblico: El rey Saúl.

De Saúl dice la Escritura que su físico era realmente impresionante: “Había un varón de Benjamín, hombre valeroso, el cual se llamaba Cis, hijo de Abiel, hijo de Zeror, hijo de Becorat, hijo de Afía, hijo de un benjamita. Y tenía él un hijo que se llamaba Saúl, joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo” (1 Samuel 1:2); sí, Saúl era un galán israelita. Sin embargo, observa lo que sucedió después: Dios le mandó destruir todo vestigio de Amalec, un pueblo enemigo de Israel; pero Saúl permitió seguir con vida al rey de Amalec, y a animales de condición perfecta para darles un uso religioso en los sacrificios (Léase 1 Samuel 15:15-26). A los ojos de nuestro Dios esto fue un acto de alta desobediencia. El profeta Samuel lo confrontó cara a cara para anunciar juicio a Saúl: “Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey” (1 Samuel 15:22-23). Como parte del Juicio divino, más adelante a Saúl le fue retirada la presencia del Espíritu Santo: “El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová” (1 Samuel 16:14) (Nota: Quiero aclarar que en el AT el Espíritu Santo sólo moraba temporalmente en aquellos que eran ungidos para un servicio especial; la morada permanente solo fue posible hasta después de la exaltación de Jesucristo; léase Juan 7:37-39).

En cambio, Dios designa a David como futuro rey sobre Israel. Cuando Samuel estuvo frente a los hijos de Isaí para ungir al que sería rey, pensó que Eliab era el escogido porque estaba impresionado por su apariencia: “Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido” (1 Samuel 16:6). Pero Dios le corrigió su entendimiento y rechazó a este candidato: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Es curioso que Isaí llamó a todos sus hijos para atender a Samuel, a excepción del joven David. Esto demuestra el nivel y pensamiento que tenían de él y que no le apreciaban totalmente (Léase 1 Samuel 16:11). Pero como dijo el SEÑOR, Él solo toma en cuenta el corazón beneficiado por Su gracia para conformarse a Su voluntad; en este caso, de David (Léase 1 Samuel 16:12-13).  

El físico no es el estándar del amor matrimonial. Es mejor un hombre obediente que un hombre “de hermoso parecer”, pero desobediente (Léase Deuteronomio 11:13; 27; 28:1-13; Eclesiastés 12:13; Lucas 11:28; Romanos 6:17; Santiago 1:25 y 1 Pedro 1:14). Si la apariencia física fuera determinante, entonces tu amor cambiaría de parecer acerca de tu pareja a la primera oportunidad y en formas muy negativas.

En conclusión: No te preocupes por su apariencia. Si Dios es tu padre, sigue su misma línea de pensamiento: “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.

No esperes a que él sea 100% perfecto

En el punto anterior analizamos el aspecto externo, ahora veremos el aspecto interno. Antes de que el SEÑOR tuviese a bien convertirnos, teníamos ideas preconcebidas de una pareja perfecta, una “media naranja” o, en el caso de las mujeres, “un príncipe azul”. Una vez que Dios nos salva por gracia, en ocasiones trasladamos esas ideas acerca del noviazgo. Bueno, como dijo un hermano, con cierta ironía: “No esperes a que un varón sea el apóstol Pablo de la noche a la mañana, él también necesita crecer en la gracia”. Sí, así pasa (risas).

Recuerda, mi hermana, que él es un pecador redimido y perdonado por Cristo tanto como tú (Léase 1 Timoteo 1:14-15; 1 Pedro 1:18-21). Todavía tiene luchas y guerra contra el pecado que mora en él, tanto como tú (Léase Romanos 7:15-25); pero tiene conciencia y certeza de que ninguna condenación hay si él está en Cristo Jesús, tanto como tú (Léase Romanos 8:1-2). Como un hijo de Dios, depende del Espíritu Santo para mortificar el pecado y las obras de la carne cada día, tanto como tú (Léase Romanos 8:13-14); si es de Cristo crucificará sus pasiones y deseos (Léase Gálatas 5:22-24). Tanto como tú, él sabe de antemano que Dios da la fortaleza para resistir la tentación y con ella la salida de ella; y quien resista la tentación, es bienaventurado (Léase 1 Corintios 10:13 y Santiago 1:12).

Principalmente, mi hermana, recuerda lo que enseña la Escritura: es Dios quien comienza la obra en nosotros, y la perfeccionará hasta el regreso del SEÑOR Jesús en Su segunda venida (Léase Filipenses 1:6); es poderoso para actuar en nosotros (Léase Efesios 3:20-21); nos concede Su gracia y su poder que se perfecciona en nuestras debilidades (Léase 2 Corintios 12:9); y como finaliza Judas en su breve epístola: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría,  al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 24-25).

Todos tenemos nuestras caídas y nuestros tiempos de inmadurez o debilidad. En casos en que seamos ofendidos o decepcionados, actuemos tal como el Gran Maestro nos ha enseñado: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:20-21); “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:12-14); y “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8).

No estoy alentando a nadie a que baje sus estándares de madurez espiritual, devoción y santidad de la expectativas de un hombre bíblico, de los cuales hemos presentado puntos arriba; pero sí que sea suficientemente realista como para considerar sus debilidades y fallas como las de uno mismo: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1).    

Ten muy claro tu concepto acerca del amor, así como él del suyo

Este punto lo dejé a propósito para al final. Mi pregunta tanto para ti como para la persona con la que consideras formalizar una relación es: ¿Qué concepto tienes del amor? El amor, mi hermana, es tan difícil de conceptualizar en pocas palabras, que incluso el apóstol Pablo lo definió a través de hechos y actitudes: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;  no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13:4-8a). Ciertamente esta descripción del amor bíblico se extiende a nivel de iglesia local, pero en él tenemos principios básicos para toda clase de relación cristiana, incluyendo la de noviazgo y matrimonio.

Me preocupa el significado que se le da a la palabra “amor”, en el sentido de que se confunde o se solapa muchas veces con el “enamoramiento”. El enamoramiento es un término muy común en las relaciones humanas, y además con fuerte acento pasajero. El enamoramiento, entendido como tal, está más implicado con las emociones y la primera impresión. Una hermana en Cristo presentó un excelente aporte acerca de lo que es el “enamoramiento”: “Enamoramiento es una primera etapa del amor, donde hay un acercamiento y se está ilusionados, pero no se ama realmente porque lo que priman son las reacciones físicas y hormonales: Se idealiza a la otra persona, se sienten mariposas en el estómago, se pone la piel de gallina, etc. Eso es transitorio, ya que es una emoción” (2). Estoy de acuerdo con ello.

Por lo tanto, necesitamos definir el amor sobre su base correcta, y ésta se halla en la Palabra de Dios. Porque en la medida que uno posea un concepto acerca de lo que es el amor, es la misma medida en la se expresará en cualquier relación que uno tenga, sea padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo; e incluso con el cónyuge. Es muy cierto que hay cosas muy propias del matrimonio que no encuadra en todas las relaciones interpersonales, como la intimidad sexual, el debido romance entre un hombre y una mujer, los bellos sentimientos o la procreación de los hijos (los cuales son buenos y son dones de Dios, léase Santiago 1:17); pero el principio básico y regulador para nuestras actitudes y acciones es el mismo y tiene su base en la Biblia: Amar como Cristo ama. En otras palabras, vivir ajustados y alineados al poder, la gracia, la satisfacción y la suficiencia del Evangelio. Por ejemplo, en las epístolas encontramos muchas exhortaciones prácticas sobre cómo aplicar el amor en Cristo en muchas áreas de la vida.

Para amar primeramente necesitamos conocer a Dios, porque en la medida que le conozcamos, le amamos a Él y a los nuestros: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). Es de Dios la fuente de donde brota y fluye el verdadero amor. El amor a Dios siempre es “ágape”, del tipo puro, supremo y dador. Así lo confirma la Escritura: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16); “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1 Juan 4:10-11); “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:13-15) y “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16); “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:334-35). Y hay más textos bíblicos que ratifican la misma convicción. Por lo tanto, el amor, en sí mismo, es una dádiva voluntaria de nosotros por otros, en hechos y actitudes; tal como Dios y Cristo nos han amado.   

Basado en el argumento anterior, si tuviera que definir y resumir el amor bíblico, es el acto de darse a sí mismo a otros, como una dádiva, como un regalo; como una ofrenda voluntaria de nosotros siendo Dios el que dispone en nosotros el querer como el hacer (Léase Filipenses 2:13).

Por último, el amor conyugal también es un mandamiento, no solamente un estilo de vida centrada en Jesús. En el contexto de la exhortación de Efesios 5:22-33, contiene muchos imperativos; es decir, son mandamientos de amar a tu esposo o a tu esposa de la misma manera que Cristo ama a Su Iglesia. Si es un mandamiento, implica que sienta o no sienta, desee o no desee, he de morirme a mí mismo y darme a mi cónyuge en los términos estipulados por el SEÑOR mismo. Paul Washer recalca esta importancia. Un hombre se le acercó a él y le comentó:

– Mire, yo siento que ya no amo a mi esposa. Todo está muerto.
– ¡Arrepiéntase! –responde Washer– Y ame a su esposa (3).

No amar es pecado (Léase Mateo 22:34-40). R. C. Sproul está convencido de lo mismo: “En el matrimonio cristiano, el amor no es una opción; es un deber”. El amor se actúa, no se siente ni se altera o manipula con las emociones pasajeras; aunque en el proceso podemos sentir gozo de darnos a nosotros mismos, darnos de gracia, del modo que recibimos la gracia. Incluso en sus mandamientos acerca del amor a Dios, al prójimo, a los enemigos o a los hermanos; en ninguno dice: “ama cuando tus sentimientos afloren”, sino “ama con hechos”, con fruto del Espíritu Santo (Léase Gálatas 5:22). Es lógico. Nada bueno hay en nosotros, y aun nuestro corazón es perverso, necio, corrompido y engañoso, como lo dice el profeta Jeremías (Léase Jeremías 17:9). En el puente de Juan 13 al 15, Jesús nos dice: “amen como Yo los he amado”, pero también dice: “Sin mí nada pueden hacer”, ¿Por qué? Porque Él es la vid. Nuestro amor a Dios y amor al hermano, dependen de Cristo; no de nosotros mismos. El amor de Cristo, que debe fluir en nosotros, no se mide o se encajona en sentimientos ni emociones; sino en hechos, obras y fruto. Para eso hemos sido puestos, para dar mucho fruto, y en este fruto abundante es glorificado el Padre (Léase Juan 15:4-5, 8).

Por tanto, mi hermana, luego de esta larga disertación, pero muy importante, te invito a que medites bien acerca de cuál es tu concepto acerca del amor verdadero. Porque en el matrimonio, se espera que tanto tú como tu compañero de vida, como hijos de Dios, cristianos y nacidos de nuevo; se correspondan mutuamente en el amor de Cristo.

Últimas consideraciones

Seguramente hay muchas consideraciones bíblicas a tomar en cuenta, pero las que he descrito arriba son las básicas. Hay excelentes estudios bíblicos sobre el tema que sería bueno que empezaras a buscarlos y reflexionar sobre ellos. Sólo me he enfocado en aspectos esenciales y espirituales. ¿Habría que añadir algo más? Sí, solo dos cosas: El trabajo y el sentido del humor.

En cuanto a lo primero, el trabajo: Sea que se ocupe en la obra del SEÑOR o no como ministro, debe ser un hombre responsable. El apóstol Pablo dice: “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8); porque el trabajo es bendición y don de Dios: “Y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor” (Eclesiastés 3:13); pero sin entrar en el afán (Léase Mateo 6:25-34). Tus padres estarán muy preocupados sobre este asunto porque tiene que ver con la capacidad para sustentarte (De hecho la primera persona en resentir los efectos del quiebre de la economía del hogar es la madre, lo cual es muy comprensible).

En cuanto a lo segundo, el sentido del humor: Que el hombre sea tan serio como para no caer en la trampa de la amargura (Léase Efesios 4:31 y Hebreos 12:15), pero, a la vez, sea tan capaz de arrancarte risas y sonrisas con la sencillez y alegría de un niño en su corazón; lo que no implica inmadurez o infantilismo (Léase Proverbios 5:18).

Si aun no has encontrado al varón cristiano con el que has de casarte según la voluntad de Dios; no desesperes, todo a Su tiempo. Dios dispondrá todas las cosas y circunstancias necesarias para unirte a esa persona idónea para ti, conforme a Su propósito eterno. Es bíblico: Isaac y Rebeca (Léase Génesis 24:12-27; 61-67); Jacob y Raquel (Léase Génesis 29:4-11, 16-20, 28-30); Ruth y Booz (Léase Ruth 2:4-13; 3:7-14; 4:9-17); Ester y Asuero (Léase 2:5, 7-9, 15-18; 3:6, 8-11; 4:1-3, 13-17; 5:1-4; 7:2-10; 8:4-8); José y María (Léase Mateo 1:18-2:23; Lucas 1:26-38; 2:1.52). Mientras esa persona llega, prepárate en todo. Prepárate para ser ayuda idónea: “Ser ayuda de tu esposo significa que todos tus talentos, habilidades, recursos, y energía están a su disposición, para su bien y para el de tus hijos –escribe Liliana Llambés–. Debemos ayudar a nuestros esposos a cumplir el propósito que el Señor le ha dado” (4).Crece en santidad, en obediencia y humildad, la cual será necesaria para someterte a tu futuro esposo en el temor de Dios; sin por ello sacrificar tu dignidad, ni lo que a Dios le agrada (Léase Mateo 11:29; Efesios 5:21-24; Filipenses 3:2-11 y Colosenses 3:18). Que tu conducta sea casta y respetuosa, afable y apacible de espíritu así como modesta y prudente en tu modo de vestir (Léase 1 Pedro 3:1-6). Contribuye en el progreso del Evangelio. Sé una mujer virtuosa y sabia con todas las características de Proverbios 31:10-31. Recibe el consejo de tus hermanas mayores que son maestras del bien, de la instrucción de tus padres, y de la enseñanza pastoral (Léase Proverbios 1:8; 1 Timoteo 3:2 y Tito 2:3). Ocúpate en la lectura y estudio diligente de la Palabra y que el SEÑOR te conceda ser hacedora de Su Palabra (Léase 1 Timoteo 4:13; Santiago 1:22). Sobre todo que toda tu vida sea Cristo, y solamente Cristo (Léase Gálatas 2:20). Que nuestro SEÑOR  te ayude en todas estas cosas y confirme la certeza y seguridad de esa posible relación en puerta.

Por último, si el matrimonio es tu llamado, deseo que en el día de tu boda, la persona que Dios te haya escogido para ser tu esposo te ofrezca unos votos semejantes y basados en Efesios 5:22-33:

“Yo, ________, he procurado y procuraré tomar como modelo a Jesucristo en todas las áreas de mi vida, incluyendo lo que será mi vida junto a ti, como uno solo contigo de ahora en adelante; por lo tanto, te tomo por esposa a ti, mi amada ________, y te prometo que te amaré siempre de la misma manera que Él amó y ama a Su Iglesia; entregarme a ti como Él se entregó por Su Iglesia sin dudarlo; anhelando y orando por tu santificación por medio de Su Palabra y comunión con Él, tal como Él purifica Su Iglesia; sustentándote y cuidándote, como Él a Su Iglesia; respetarte y amarte tanto o más que a mí mismo, pero teniendo a Jesús como el centro total y absoluto de nuestra existencia juntos; serte fiel y estar contigo todos los días de mi vida, en las buenas y en las malas, en la alegría y en el sufrimiento, en la pobreza y en la prosperidad, en la salud y en la enfermedad; hasta que la muerte nos separe. Y suplico al SEÑOR que me conceda Su bendita gracia para cumplir esta promesa todos y cada uno de los días de mi vida a tu lado…” (5).

Por lo tanto:

¡Sólo a Dios la Gloria!
_____________________________________
Notas bibliográficas:
(1): ‘El Sermón del Monte’ (Tomo I); capítulo 5: ‘Bienaventurados los que lloran (5:4)’ | D. Martyn Lloyd Jones. ‘El Estandarte de la Verdad’. Cuarta edición en español revisada 2008. Pág. 65.   
(2): Comentario de la hna. Brenda Vivanco en un post de Facebook intitulado: “¿Debemos enamorarnos de Dios?”. Enlace: https://www.facebook.com/alilomeli/posts/10203143441899067
(3): ‘El cortejo bíblico’ | Paul washer. Fuente electrónica: http://www.youtube.com/watch?v=1SEA7Ng0ELg 
(4): ‘Ayuda idónea’ | Liliana de Llambés. Fuente electrónica: http://thegospelcoalition.org/coalicion/article/ayuda-idonea
(5): Los votos son un extracto de la introducción ‘un amor consagrado y de por vida’, del artículo: “Un amor de pacto para siempre (Salmo 136)”. Fuente electrónica: http://meditandoensupalabra.blogspot.mx/2014/07/un-amor-de-pacto-para-siempre-salmo-136.html