jueves, 10 de julio de 2014

LA OBEDIENCIA Y LA ADORACIÓN

1 Samuel 15:20-23 “Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo obedecí la voz del Señor, y fui en la misión a la cual el Señor me envió, y he traído a Agag, rey de Amalec, y he destruido por completo a los amale- citas. Mas el pueblo tomó del botín ovejas y bueyes, lo mejor de las cosas dedicadas al anatema, para ofrecer sacrificio al Señor tu Dios en Gilgal. Y Samuel dijo: ¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros. Porque la rebelión es como pecado de adivinación, y la desobediencia, como iniquidad e idolatría. Por cuanto has desechado la palabra del Señor, Él también te ha desechado para que no seas rey”.

La breve enseñanza que nos deja esta sección de la Escritura, como texto base para partir a otras; es que la obediencia a la Palabra de Dios es más preferible antes que cualquier otra cosa. Dios ordenó a Saúl que exterminara a Amalec, un pueblo enemigo de Israel, incluyendo todos sus animales de condiciones perfectas; sin embargo él y su pueblo quería ofrecerlos en sacrificios y ofrendas. Samuel le reprendió: “He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros” (vers. 22). Es decir, los fines religiosos no justifican la desobediencia a la Palabra de Dios. El profeta Samuel lo confrontó cara a cara para anunciar a Saúl las consecuencias de su pecado: “Por cuanto has desechado la palabra del Señor, Él también te ha desechado para que no seas rey” (vers. 23).

Lo mismo sucede en cualquier área del cristiano, en cualquier extensión de su manera de vivir y, en esta ocasión, en la relación entre la obediencia y la adoración. ¿Por qué es tan importante la obediencia en la forma de adoración a Dios? Tengo varias razones para responder:

En primer lugar, nuestro servicio, actitud, conducta, buenas obras, ofrendas, testimonio y demás carecen de provecho, de edificación y de una genuina actitud de adoración a Dios cuando nosotros caminamos en desobediencia a Sus mandamientos. Es lo que nosotros cantamos en nuestros servicios dominicales: “Nuestra obediencia es nuestra mejor adoración…”. La obediencia es una forma de adoración al SEÑOR; la desobediencia la anula prácticamente. ¿Por qué? Porque el mismo profeta Samuel lo dice: “El SEÑOR se complace en la obediencia a Su voz”. Ése es Su complacencia, Su deleite, es el aroma fragante de nuestra ofrenda de nosotros mismos a Dios. Igual convicción tiene el apóstol Pablo: “Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1). Es decir, Dios es nuestra forma de culto, todo nuestro ser debe ser dirigido al SEÑOR quien es nuestro centro de adoración, por tanto, adorémosle en Sus términos. Se nos dice el qué hacer, pero ¿De qué manera podemos ser sacrificio, vivo y santo, aceptable a Dios?, el apóstol responde: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto” (Romanos 12:2). En otras palabras, seremos sacrificio, vivo y santo, aceptable a Dios en la medida que renovemos y conformemos nuestro entendimiento con Su voluntad, que es todo lo buen, todo lo aceptable y todo perfecto en los términos establecidos por el SEÑOR. Esta voluntad se manifiesta en Su Palabra. Dios se complace en nosotros, como ofrendas vivas, cuando nos conformamos a Su voluntad.

En segundo lugar, intentar adorar a nuestro Dios sabiendo que hemos sido desobedientes a Su Palabra es consentir la hipocresía en nuestras vidas. De ahí la importancia de consagrarnos a Dios y hacer confesión de nuestros pecados. La exhortación para nosotros es que antes de presentarnos en servir, ofrendar, hacer buenas obras, testificar, evangelizar, predicar, o cualquier actividad que implique dar gloria a nuestro Dios con nuestras vidas mismas; examinémonos a nosotros mismos si hemos desechado Su voz, y que nos conceda arrepentimiento por nuestros pecados y gracia para caminar en obediencia a Su Palabra (Léase 2 Corintios 12:9, 13:5; 2 Timoteo 2:25 y 1 Juan 1:7, 9: 2:1-2). Solo así podemos mantener una actitud constante de adoración en toda nuestra manera de vivir.

Por último, en tercer lugar, siendo Jesucristo nuestro máximo modelo y que estamos siendo conformados a Su imagen y semejanza (Léase Romanos 8:29 y Gálatas 2:20); Él complació a Su Padre con Su obediencia y nos manda a seguir Su ejemplo: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15:10); y “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Juan 2:6). Solo a través del Espíritu Santo podemos glorificar a Jesucristo: “Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (Juan 16:14). ¿Qué tomará de Jesús para que le glorifiquemos? La verdad revelada en Su Palabra acerca de Él mismo (Léase Juan 14:13). Vemos nuevamente la obediencia en relación con la adoración.

Fue precisamente la obediencia perfecta del SEÑOR Jesucristo que lo llevó a la cruz como sacrificio y ofrenda fragante por nuestros pecados: “Por lo cual, al entrar El en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda no has querido, pero un cuerpo has preparado para mí; en holocaustos y sacrificios por el pecado no te has complacido. Entonces dije: “He aquí, yo he venido (en el rollo del libro está escrito de mi) para hacer, oh Dios, tu voluntad”.” […] “Por esta voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida de una vez para siempre” (Hebreos 10:5-7, 10). Fue a través de la ofrenda de Su vida, que Dios no solo nos concede el perdón de nuestros pecados, sino que Él promete “Y nunca más me acordaré de Sus pecados e iniquidades” (Léase Hebreos 10:14-17). Nunca más se acordará de ellos; y será para siempre. También dice el autor de Hebreos: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2). Jesús se gozó porque sabía que hacía la voluntad del Padre a fin de rescatar un pueblo beneficiado de Su gracia. Por esa obediencia perfecta al Padre fue humillado, pero también exaltado: “Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:8-11).

Ante esta gloriosa salvación que llevó en Sus manos el SEÑOR Jesucristo, sólo podemos exclamar: “El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza” (Apocalipsis 5:12).

¡Sólo a Dios la Gloria!