Santiago
3:1 “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que
recibiremos mayor condenación”.
1
Timoteo 4:16 “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues
haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”.
¡Qué
tristeza pesa en mi corazón por aquellos ministros que se dejan arrastrar a las
pasiones del humanismo, las riquezas mundanas y del misticismo no bíblico! ¡Qué
tristeza que algunos que parecieron fieles en el principio no hayan perseverado
en la doctrina de nuestro SEÑOR; y con ello arrastrar millones de almas muertas
que son seducidas por medio de palabras engañosas y lisonjeras y falsas
promesas felices que no provienen de la Biblia; solo para rellenar una y otra
vez en las concupiscencias de sus corazones! (Léase 2 Timoteo 4:3-4).
Cuando
se despoja la verdad de toda la pureza de la Gloria de Jesucristo, muchos
corazones no serán alumbrados por ella (Léase 2 Corintios 4:5-6).
¿De
qué le sirve a un ministro mostrar con asomado orgullo sus diplomas y sus obras
y su activismo; si con ello no destilan la verdad pura de la Palabra de Dios y
no pueda abrir con ella el entendimiento de muchos por gracia y para gloria de
nuestro SEÑOR?
No,
no hablo del ministro preparado, manso y humilde, cuyo carácter es atribuido
solo a la gracia capacitadora y sobreabundante de Dios, la cual le ayuda para
caminar en una vida equilibrada entre fruto creciente, palabra viva y oración
ferviente.
Hablo
de los ministros negligentes que no le da un buen uso adecuado a tanto
conocimiento gratuito. Hablo de aquél que despilfarró sus años de estudios
bíblicos y sanos y los trocó por doctrinas humanas y saturadas de la
conveniencia propia, cuando pudiera adentrar en las mismísimas riquezas inescrutables
de la Teología Cristocéntrica.
Con
esto digo que NO es malo estudiar teología (que extrae por sí misma las
verdades fundamentales ya dichas en la Biblia), ni aspirar en el ingreso de un
seminario teológico (cuya preparación ministerial es necesaria si se es
llamado). Pues el pueblo judío tenían sus maestros y doctores de la Ley quienes
reverenciaban estrictamente las Escrituras (antes de la época en que cayeran
bajo el yugo de la corrupción del legalismo y fuesen sumidos en el pecado de la
incredulidad); y los creyentes de la Iglesia Primitiva perseveraban en la
doctrina de los apóstoles; especialmente fija en mi memoria se hallan el
ejemplo de los de Berea y la Iglesia de Éfeso que permanecía en la sana
enseñanza (Léase Lucas 2:46-47; Hechos 2:41-42; 17:10-12; Apocalipsis 2:1-3).
Pero
este deseo de ministrar la Palabra, debe ser sopesado y examinado:
Que
sea NO para apoyar herejías o doctrinas humanas y falsas del corazón engañoso y
fútil, ni mucho menos para dar lugar a su propia gloria, como si el hombre por
sí mismo pudiera contribuir por mérito propio a la sabiduría inmarcesible del
Todopoderoso y Eterno; sino que sea para que el creyente, en un estado profundo
de humillación ante el Trono de la Gracia, reconozca y escarbe más en la
Teología del Dios vivo y de la de Su Palabra, cuyo epicentro es Cristo mismo.
En este sentido, sí es un uso correcto a los años de preparación para el
ministerio didáctico y pastoral.
Escudriñar
las Palabras del Maestro Redentor es un mandato y una urgencia para el nacido
de nuevo (Léase Juan 5:39), tener cuidado de sí mismo y de la doctrina es otro
mandato que yace en la precaución y en la prudencia (Léase 1 Timoteo 4:16),
pues en su boca solo proclamará la recta verdad divina en toda su extensión
milimétrica: ¡Con más razón el joven o el adulto que quiere estar preparado
debe serlo cabalmente con todos los átomos de su ser!; y pidiendo en sumisión y
humildad la gracia en toda ciencia y en todo fruto; para que el nombre de Dios
sea glorificado en Cristo Jesús; a fin de que los santos del redil de las
ovejas sean edificados en amor y en fe en Aquél que por gracia nos ha redimido.
Eso,
creo, en definitiva, es la utilidad mediática de la teología y la preparación
para todo aquél que es llamado a ser ministro de la Palabra eterna de Dios.
¡Sólo a
Dios la Gloria!