jueves, 11 de julio de 2013

HUYAN DE LOS FALSOS EVANGELISTAS

Si un predicador se hace llamar “evangelista”, pero sus mensajes solo contiene ideas humanistas, autoayuda, fortalecimiento del “campeón que hay en ti”, prosperidad, estímulo de una “super-fe” ante la adversidad, etc.; por muy sincero que sea esta persona, no es evangelista. Este no es un evangelio, sino uno diferente. No que haya otro, sino que hay un solo evangelio, el de Jesucristo; y claro, hay consecuencias para el que predica un evangelio sin Cristo en él (Léase Gálatas 1:8-10). 

Si el mensaje del evangelio carece de la justicia, la santidad y la ira de Dios por los pecadores, y de la gracia y amor del SEÑOR Jesucristo, incluyendo su vida, muerte y resurrección; que en Su nombre hay perdón de pecados, un llamado al arrepentimiento genuino y a la fe y a una vida nueva en el Espíritu y de piedad; entonces no es evangelio. 

Es triste ver cómo en su afán de querer tener “convertidos” con su “evangelio ego-céntrico” -como si se tratase de inscribirse como héroes en el libro de Guiness World Records en la meta de tener más mega-iglesias- y de que sueñan con la promesa -bastante trillada por cierto- de que “Dios les ha dado las naciones”; no se estén dando cuenta que hacen más mal que bien; predicando a oídos de seres muertos en sus delitos y pecados con mensajes que solo rellenen las concupiscencias de sus corazones endurecidos y no arrepentidos; y sin el auxilio y el poder de convicción del Espíritu Santo. Y lo más triste es que en el Cristianismo de hoy se complace y permite estos mensajes en los púlpitos. 

Un día, delante del juicio, esta clase extraña de “evangelistas” pagarán caro el haber predicado cosas y palabras que Dios no había mandado que hicieran ni dijeran. Y para ese entonces ya no habrá vuelta atrás, si acaso es que hoy están a tiempo de considerar lo que estén haciendo y Dios les conceda arrepentimiento. 

Realmente, más que hombres con títulos auto-impuestos de “evangelistas”, necesitamos obreros del evangelio con hechos y frutos nacidos de un amor estricto por la pureza de la Palabra de Dios; con corazones centrados en Cristo y en Su obra; por amor a las almas que Dios sabe quienes en Su gracia y misericordia ha querido salvar. Ministros idóneos capaces de proclamar la verdad sin buscar para nada agradar a los hombres, sino al Amo y Señor que les ha dado un llamado santo a servirle a pesar de todo. No cesemos de orar porque el SEÑOR envié obreros a Sus mies, obreros cuyo evangelio sea poder de salvación para todo aquel que cree.

¡Sólo a Dios la Gloria!