En
el tema de haber caído en la tentación de un pecado en particular, se me hizo
la siguiente pregunta (que sutilmente da a entender, de paso, que se pierde la
salvación): ¿Podemos perder nuestra relación con Dios? La respuesta es: No.
¿Por qué? Muy sencillo: La adopción como hijos de Dios es Irreversible.
Juan
1:12-13 “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de
sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Es
voluntad de Dios que todo el que nazca de nuevo viene a ser adoptado como Su
hijo. Nadie puede resistir esa voluntad (Romanos 9:19b). Lo que Dios ha
engendrado, nadie lo puede revertir.
Entonces,
concluimos que la relación entre Padre e hijo no se altera. Pero sí la
comunión. Es otro punto diferente.
¿Cómo
se obstruye la comunión con Dios? Cuando un creyente comete pecado, la comunión
se bloquea abruptamente (Ojo: cometer pecado, no practicar el pecado, es una
diferencia abismal; léase 1 Juan 3:8). El apóstol Juan hace énfasis en la
comunión con Dios y en el pecado.
1
Juan 1:5-10 “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es
luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él,
y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos
en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado,
nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.
1
Juan 2:1 “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”
(Subrayado añadido).
¿Qué
notamos en el último texto? El apóstol Juan nos dice que seguimos siendo hijos
de Dios aun cuando hemos cometido pecado. No hay quien no peque, si así fuera,
seríamos mentirosos en grado absoluto.
La
relación Padre-hijo continúa; sin embargo, la comunión se bloquea o se obstruye
por causa del pecado. Recordemos que el pecado, en sí, es una ofensa a Dios al
no guardar sus mandamientos. Por ejemplo: Cuando un padre castiga y disciplina
a su hijo porque le ofendió. Normalmente ¿Qué hace? Lo manda a su cuarto para
que medite sobre su ofensa hasta que reconozca su mal, se arrepienta y pida
perdón a su padre. Es así como el padre y su hijo, los del ejemplo, su comunión
se bloquea; más no dejan de ser padre e hijo. Del mismo modo sucede con los
hijos de Dios: El creyente que ha pecado, será restaurado de su comunión con
Dios cuando se arrepienta de corazón y confiese su pecado.
Pregunta: ¿Dios
deja de ser Padre cuando el creyente ha cometido pecado? No. La relación sigue
ahí sigue dando esa cobertura paterna sobre Sus hijos, aún dentro del contexto
de la disciplina familiar. El verdadero creyente, si es hijo de Dios, soportará
la disciplina del Padre. Si no la soporta y continúa en su pecado sin
arrepentimiento alguno; demostró ante todos, no a Dios porque nada le toma por
sorpresa, que nunca ha nacido de Él:
Hebreos
12:7-11 “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué
hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin
disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y
no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos
disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre
de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos
disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es
provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna
disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después
da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.
Toda
disciplina tiene como propósito buscar y vivir más en santidad por medio de la
dependencia del Padre. Pues la voluntad de Dios es la santificación (Léase 1
Tesalonicenses 4:3 y 7). Recordemos algo: Santificación no es sinónimo de
perfección absoluta, sino un proceso en el que Dios aparta a Su hijo cada vez
más del pecado y del mundo (Léase Filipenses 1:6).
Los
ejemplos más famosos de disciplina de Dios a Sus hijos son: David cuando
cometió adulterio con la mujer de Urías heteo y se arrepintió (Léase 2 Samuel
11 y 12; Salmo 51); y el apóstol Pedro cuando negó a tres veces a Jesucristo
antes de que cantase el gallo y fue restaurado junto al mar de Tiberias (Léase
Mateo 26:57-58, 69-75; Marcos 14:53-54, 66-72; Lucas 22:5-61; Juan 18:12-18,
25-27 y Juan 21).
Por
último ¿Cómo sabemos que hemos pecado u ofendido al Padre? El Espíritu Santo
nos redarguye de pecado cuando lo hemos contristado (Léase Efesios 4:30). Él
tomará nuestra conciencia y nos dirá que hemos pecado y nos guía al
arrepentimiento. Alguien que no es guiado por, ni sellado con el Espíritu Santo
simplemente no tendrá mortificación por sus pecados sino que sigue muerto en ellos.
Si un creyente es realmente afligido por el pecado y se arrepiente, entonces es
señal de que realmente ha nacido de nuevo.
En conclusión: La comunión con Dios se bloquea a
causa del pecado; y sólo a través del arrepentimiento genuino de corazón y nuestra
confesión de pecado a Dios en el nombre de Jesucristo es el modo de
restaurarla.
¡Sólo a Dios la
Gloria!