En
mi corto entendimiento, comprendo que la santidad es la gracia que Dios nos da
para apartarnos del mal y hacer de nosotros cada día más como Jesús, y vivir
como Él vivió. Me
explico.
Ser
santo en Cristo es comprometerme con mis ojos de no ver aquello que sé
que no debo de ver cuando esté frente al Internet, al celular, al Tablet, o
cualquier otro dispositivo electrónico; o cuando salgo a la calle.
Ser
santo en Cristo es vivir sin ceder a la presión de mi familia o de mis amigos
de la cuadra, de la escuela o de mi trabajo; solo porque ellos piensan que “el
sexo sin compromiso es bueno y saludable”.
Ser
santo en Cristo es vivir sin participar en esas platicas y bromas de mal gusto
que solo son ocasiones para denigrar y sobajar la apariencia física y sexual de
una mujer o de un hombre.
Ser
santo en Cristo es limpiar mi cabeza de cosas sucias que desagradan a Dios y
llenar mis pensamientos de Cristo, Su Gloria, Su Palabra y en oración.
Y
en todas estas áreas de la vida, ser sostenido por la gracia, ayuda y el poder
de Dios que se perfecciona en mi debilidad. Dependo del SEÑOR para ser santo.
En
fin, ser santo es la única manera de vivir en Cristo Jesús para pertenecernos
completamente a Dios.
Ahora
bien, tristemente, en muchas congregaciones cristianas o “cristianas” de hoy en
día sufren el problema del pecado sexual. Algo así sucedió en los tiempos del
apóstol Pablo y de una iglesia local que él pastoreó. Él trató los problemas de
una iglesia que vivía en medio de tanta inmoralidad, adulterio, homosexualismo,
orgías y con prostitutas religiosas en cada templo dedicado a dioses paganos.
Además de ello, esta misma iglesia local tenía sus propios conflictos internos:
Celos, contiendas, divisiones, indisciplina, falsos maestros, orgullo
espiritual por tener un mal concepto y abuso de los dones espirituales; e
incluso consintieron en que uno de los miembros de la congregación tuviese
relaciones sexuales con su madrastra. El apóstol Pablo tomó cartas sobre el
asunto, y con la autoridad de Dios escribe una epístola a esta congregación
para confrontarlos, disciplinarlos y exhortarlos. Sí, estamos hablando de la
Iglesia de Corinto. Y precisamente gracias a Dios, entre las cosas que escribió
el apóstol hay algo que nosotros debemos considerar, tomar en cuenta: La
relación de Jesucristo con nuestro cuerpo físico.
1
Corintios 6:19-20 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro
cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
1
Corintios 6:19-20 nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Eso
significa que en algún punto de la historia de nuestra vida, Dios ha decidido
rescatarnos de nuestra vana manera de vivir con el mensaje del Evangelio de la
cruz, y hacer de nuestros cuerpos una morada -un hogar, si quieres pensarlo
así- dentro de mí. Puede parecer extraña esta idea, pero la Biblia afirma que
esto es una realidad para todo creyente y debemos creerla. Entonces, lo primero
que debemos comprender son dos cosas:
- Que tanto nosotros como Jesús estamos unidos espiritualmente, y es unión que no se puede romper, es imposible que podamos ser divididos. Por tanto, como estamos unidos a un Dios santo, con Su poderosa gracia también seremos santos (Léase Filipenses 2:13, 1 Pedro 1:15).
- Que nuestros cuerpos forman parte del cuerpo de Cristo, y somos uno con Él, de la misma manera en que un hombre y una mujer son una sola carne, un solo cuerpo. La analogía del matrimonio es una representación de la unión de la Iglesia con Su Salvador y Su Cabeza (Léase Efesios 5:25-32).
Por
tanto, cuando un creyente comete pecado sexual, está involucrando también a
Jesucristo en ese pecado. De solo pensarlo, es abominación. Es profanar el
templo sagrado que Dios adquirió para El.
Sabemos
que todos los pecados son igual de graves ante la justicia y santidad de Dios.
Es tan grave el que miente, como el que adultera; el que codicia como el que
mata (Léase Santiago 2:10-11). Pero, en un sentido, el pecado sexual es grave
porque involucra y contamina nuestra conciencia y nuestro corazón, sino todo
nuestro cuerpo, en sí, todo nuestro ser en camino a consumar el pecado (Léase 1
Corintios 6:18). El pecado sexual acarrea aflicciones y deseos malsanos a la
carne.
Sabemos
que la Biblia condena el adulterio y de igual modo las relaciones sexuales de
cristianos solteros deben ser reprendidas. Ciertamente hay lugar para la
gracia, para el perdón, la confesión de pecados y el arrepentimiento; pero eso
no significa que exista alguna ocasión para pecar por deporte o por gusto; la
gracia no es licencia para pecar deliberadamente (Léase Romanos 6:1-2). Debemos
comprender con firme convicción que la única relación sexual que Dios bendice
es en el estado santo del matrimonio; fuera de ello, es pecado. No hay más
relación sexual permitida entre cristianos solteros, un cristiano soltero y una
incrédula (y viceversa) o adulterio en el matrimonio. ¡NO hay más! (Léase
Génesis 2:23-24, Proverbios 6:32, Mateo 5:32, 1 Corintios 7).
En
ocasiones, olvidamos, que nuestro cuerpo es Suyo y es consagrado, apartado para
Él. Por tal motivo, en 1 Corintios 6:19-20 nos menciona que una de las maneras
de evitar caer en la tentación es tener conciencia que el gran Dios mora en
nosotros y a todas partes donde vayamos, Él está con nosotros y nos observa,
nos contempla. Saber que Su Santo Espíritu mora en nosotros nos impide pecar
deliberadamente a contra Él.
La
voluntad de Dios es ser santos. Si Dios quiere que vivamos en santidad, es
porque así lo quiso. Él es quien dispuso el mandamiento y nosotros no somos
nadie para cuestionarlo. Hacer esto es necedad. La santidad no es perfección
absoluta de golpe ni hipocresía religiosa; sencillamente se trata de que Si
Dios ha decidido hacernos a nosotros a la imagen y molde de Jesús; en efecto lo
hará (Léase Romanos 8:29). Para eso nos ha predestinado y sí o sí nos dará la
gracia, a pesar de nosotros mismos, para poder caminar apartados del mal y huir
del pecado sexual (Léase Efesios 1:3-6).
La
principal razón por la que hemos de vivir piadosamente, como ya hemos dicho, es
porque Dios nos rescata de nuestra vana manera de vivir a raíz de la obra del
milagro salvífico de la cruz (Léase 1 Pedro 1:15-23). Hermanos: Lo que Jesús
hizo no es poca cosa. Si hay algo peor que sufrir el castigo de la condenación
eterna por nuestro pecado, es vivir separado de nuestro Dios por toda la
eternidad. Porque el propósito para el cual fuimos creados fue precisamente
para esto: Para glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Sin la
mediación de Jesucristo, no solo hay condenación eterna segura, sino también
otro peor suplicio: La oportunidad irremediablemente perdida de ser Sus
adoradores y deleitarnos en Su presencia (Léase Juan 4:23-24). Y sencillamente
porque no hay nada bueno que nos pueda recomendar de nosotros mismos, porque
estamos separados de Dios por nuestro pecado (Léase Isaías 59:1-2). Sin
santidad nadie sin excepción puede ver al SEÑOR (Léase Hebreos 12:14).
Ahora
bien, solo imaginen este cuadro: El Hijo de Dios, el Creador del universo y de
los millones y millones de galaxias que existen y faltan por descubrir, el
mismo SEÑOR que creó los cielos y las tierra; que nos ha dado vida, nos ha dado
familia, trabajo, ha descendido a un planeta insignificante para habitar entre
criaturas insignificantes de este vasto cosmos. Y solo para comprarnos a precio
de Su sangre y reconciliarnos con el Dios Todopoderoso, quién se ha
dignado a mirar nuestra bajeza y miseria. No fue un ángel, no fue un arcángel
el que murió por nosotros; sino el más preciado tesoro de Dios: Su Hijo amado.
Si nosotros estamos vivos y unidos a Dios es porque Su Hijo amado sufrió en Sí
mismo el pecado de millones y millones de pecadores insignificantes para
mostrar en la cruz las inescrutables riquezas de Su gracia. Juan 3:16 nos
afirma que Su Hijo es el regalo de Dios para nosotros en la más pura expresión
de Su amor y en la más pura expresión de Su misericordia. Lo que Dios nos dice
es: “Di mi Hijo por ti, no hay nada mas que puedas hacer o añadir a mi tesoro
más preciado. Todo, todo está cubierto en su totalidad”. ¿Qué se hace con un
regalo? Recibirlo. Fue un regalo tan invaluablemente caro porque le costó la
vida de Su Hijo y sin embargo, es gratis. Es decir, para recibir este regalo es
menester creer y arrepentirse de sus pecados, de tal manera que el pecado que
tanto amábamos, ahora lo aborrecemos; de tal manera que si éramos egoístas,
ahora Cristo es el centro de nuestras vidas, de tal manera que si fuimos Sus
enemigos más acérrimos, ahora estamos agradecidos, rendidos y humillados en
adoración ante el poder y la gloria de Su gracia (Léase Efesios 1:5-6, Filipenses
2:5-11).
Por
tanto, hermanos, examinémonos a nosotros mismos si nos hemos hallados faltos en
alguna área. Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo (Léase 1
Juan 2:1-2). Pidamos perdón por nuestros pecados y vivamos en santidad, sustentados
por Su poder y siempre a la luz de lo que Jesús hizo por nosotros.
¡Sólo
a Dios la gloria!
[Una
brevísima exhortación a los jóvenes a ser santos en cuerpo y en alma para
Jesucristo]