Mateo
6:10 “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la
tierra”.
Explicación
para una aplicación práctica: Desde antes de la conversión propiciada por
Jesucristo en el nuevo creyente, siempre ha existido una batalla por definir el
parecer de la voluntad: Lo que aprecia la carne, y lo que designa el
Espíritu.
¿Puedo
orar sin consultar Su voluntad? Claro que sí y nuestro Sabio y Eterno Dios lo
permite para que aprendamos por medio de la disciplina familiar lo que es
obediencia y dependencia (Ejemplos clásicos: Los profetas Jonás y Jeremías). El
fruto de toda aflicción siempre será Su glorificación.
Todo
lo que es carnal, lo que sacia su propia gloria, lo que tiene como satisfacción
propia como fuente de ganancia interminable, sin afecto al propósito de la
edificación del creyente en cada área de su vida; no glorifica a Dios. Más todo
aquello que incurre en la obediencia, lo que es constante disminución del
centro de sí mismo, todo lo que dé lugar a la adoración y a la glorificación
por causa de la Suprema voluntad perfecta y agradable de Dios, sea en el tiempo
bueno o en el tiempo malo; es digno de consideración y alabanza.
¿A
quién o a qué nos abandonaremos? Porque si es según nuestra voluntad, somos
miopes de los Propósitos de Dios en todas las cosas que Él desea involucrarnos,
no porque seamos mejores que los demás o tengamos algún mérito que lo valga
para agradarle; sino por nos ha dado por gracia el privilegio de ser Sus
siervos inútiles para hacer lo que debamos hacer. Pero si es Su voluntad,
seremos triturados para que Su nombre sea del todo y en todo exaltado. El mejor
ejemplo de abandonarse en la voluntad del Padre, nos lo da nuestro propio
Maestro y SEÑOR, horas antes de su pasión y muerte:
Mateo
26:42 “Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede
pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”.
El
Monte de los Olivos, cuyo nombre original es “Getsemaní”, significa: “Prensa de
aceite”. ¡Qué curiosa es la Providencia! Pues el Hijo de Dios había sido
triturado para hacer la Voluntad de Su Padre. El momento más decisivo de la
Historia de la Humanidad, pendía en el hilo de esa oración: “Hágase tu
voluntad”, haciendo eco de lo que siempre había enseñado ante multitudes, de lo
público a lo secreto.
Si
hago lo que quiero: ¿Qué ganancia tendré sino es alabanza a mí mismo que
termina en mediocridad y orgullo? Si hago lo que Él quiere: ¿Hay algo más
aparte de esta urgencia de santificar Su nombre? Toda Voluntad del SEÑOR viene
del cielo, porque Sus pensamientos son mucho más altos que los nuestros, más
inferiores y cortos de entendimiento, y Su Palabra es efectiva para aquello
para lo cual ha sido enviada. Lo que Él dice se hará y no hay quien se resista
ello (como en el caso del profeta Jonás, quien al final de una fuerte
disciplina, predicó a Nínive para juicio). Siendo uno con el Padre, Los
pensamientos del Hijo eran exacta y milimétricamente afines con los de Él. Por
tanto, Dios ha sido glorificado en Jesucristo al ser satisfecho Su propósito de
redención:
Hebreos
13:20-21 “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor
Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os
haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en
vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la
gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Al
final en nuestro estado de sumisión a la hora de oración, reconocemos que por
nosotros mismos, en gran debilidad, no somos capaces de hacer Su voluntad, pero
sí de propiciar la nuestra. A pesar de ello, gracias a Dios tenemos este
consuelo y promesa: Si hemos nacido de nuevo, si somos Su hijos, el Padre nos
dará Su gracia capacitadora para ser aptos para hacer lo que es agradable
delante Él por medio de nuestro SEÑOR Jesucristo. Es parte del proceso de
crecer en la comunión con Dios y madurar en dependencia del Padre. Nuestra oración
debe resonar en nuestro aposento y secreto este eco que describe el corazón con
rendición absoluta: “Hágase tu voluntad, y no la mía…”
¡Sólo
a Dios la Gloria!