Hemos hablado en nuestro artículo anterior acerca del Salmo 37:4, y sobre qué significa poner nuestra delicia en el SEÑOR. Hemos extraído su raíz hebrea y tiene la idea de ser moldeado por Él, dejándose influir, persuadir y convencer por Él; y a través del contexto de las Escrituras, ese proceso de modelado tiene como meta el ser semejantes a Cristo a pesar de las circunstancias. Ahora continuamos con la siguiente parte de nuestro versículo con relación a las peticiones de nuestro corazón:
Salmo 37:4 “Pon tu delicia en el Señor, y Él te dará las peticiones de tu corazón”.
El contexto de este precioso salmo nos refiere a una reflexión que hace el Rey David acerca del sufrimiento de los piadosos.
Las peticiones de nuestro corazón
El Salmo 37:4 dice: “Él te dará las peticiones de tu corazón”. ¿Esto significa que Dios concederá todas las peticiones que le haremos? ¿Nos concederá todo cuanto queramos? ¿Nos dará automóviles último modelo, casas residenciales, fortuna, amor de pareja...? No, claro que no. En 1 Juan 5:14-15 dice que si pedimos conforme a Su voluntad, Él concede nuestras peticiones; si nuestras peticiones cubren cosas buenas según Su criterio, el Padre nos las dará: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?” (Mateo 7:11).
En primer lugar, quiero resaltar el hecho de que nuestro corazón no siempre se alinea a la voluntad de Dios: “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?” (Jeremías 17:9). Nada bueno hay en nuestro corazón, y mucho de lo que pedimos es para nuestros propios deseos mundanos: “Pedís y no recibís, porque pedís con malos propósitos, para gastarlo en vuestros placeres” (Santiago 4:3). No sabemos orar ni pedir como conviene a causa de nuestras limitaciones y debilidades (Léase Romanos 8:26). Los pensamientos de nuestro corazón difiere en gran manera de los pensamientos de Dios y de Su propósito eterno; tal como lo afirmó por medio del profeta Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos —declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).
En segundo lugar, las peticiones serán dirigidas por Dios en nuestro corazón. ¿Cómo haría esto? Hemos dicho en el primer apartado que Dios nos moldea a la imagen de Jesús, siendo influidos y persuadidos por Él. Un cristiano siempre querrá ser como Jesús. Querrá pensar como Él, tener la mente de Cristo, como lo dice el apóstol Pablo: “Porque ¿quien ha conocido la mente del Señor, para que le instruya? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). En todas las cosas, hemos de tener el mismo sentir y actitud que Jesús (Léase Filipenses 2:1-2, 5). ¿Qué era lo que más anhelaba hacer el SEÑOR? Hacer la voluntad de Su Padre: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10); misma que se reflejó en toda Su vida, incluso al ser glorificado en Su muerte (Léase Mateo 26:38-44; Juan 10:17; 15:10). Por tanto, cuando somos moldeados por Dios a la imagen de Jesús, haremos peticiones como Él lo hacía: Conforme a la voluntad del Padre. Esta voluntad sólo es revelada a través de Su Palabra, tema que tocaremos en el siguiente apartado.
En tercer lugar, Dios pone las peticiones en nuestro corazón, por medio de Su Espíritu Santo: “Y aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque Él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios” (Romanos 8:27). Precisamente el Espíritu Santo es el mismo Espíritu de Cristo que nos apunta a Él (Léase Juan 16:14; Romanos 8:9; 1 Pedro 1:11). Por tanto mientras que nuestro carácter es semejante progresivamente al de Jesús, al mismo tiempo nos enseña la voluntad de Dios para saber qué pedir.
Ahora bien, ¿Cómo nos enseña el Espíritu Santo sobre qué pedir? Acorde al contexto del Salmo 37, poniendo Su Palabra en nuestro corazón: “La ley de su Dios está en su corazón; no vacilan sus pasos” (Salmo 37:31). La Palabra de Dios era una constante en la vida terrenal de nuestro Maestro (por ej. lo demuestra en el Sermón del Monte de de Mateo 5 al 7 o las tentaciones del desierto en Mateo 4:1-11).
El Espíritu Santo es quien nos da entendimiento de la Palabra de Dios (Léase Juan 14:26; 1 Juan 2:20, 27); por lo tanto, a través de Su Espíritu, Dios dispone e imprime un conocimiento acerca de lo que hemos de pedir, y este conocimiento lo tenemos en Su Palabra. Citando de nuevo al profeta Isaías, Dios nos asegura que todo lo que es conforme a Su Palabra, a Su voluntad, dará fruto en Su tiempo: “Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié” (Isaías 55:10-11).
Si nuestro corazón se llena continuamente de la Palabra de Dios, pediremos conforme a Su voluntad. Pregunta: ¿Cómo podemos pedir conforme a Su voluntad? Citaré unos cuantos ejemplos escriturales. Podemos pedir que:
1) Que nos conceda gracia para las debilidades y enfermedades (Léase 1 Corintios 12:9).
2) Que nos conceda sabiduría para disciplinar a los hijos (Léase Efesios 6:4; Santiago 1:5).
3) Que nos conceda contentamiento y fortaleza en Cristo, tanto en la abundancia como en los tiempos de necesidad (Léase Filipenses 4:10-13; Mateo 6:11).
4) Que nos conceda denuedo para predicar Su Palabra (Léase Efesios 6:19-20).
5) Que nos conceda un empleo por el cual pueda proveer lo necesario para nuestra familia (Léase 1 Timoteo 5:8).
6) Que nos conceda paz en tiempos de angustia (Léase Filipenses 4:8-9).
7) Que nos conceda y nos enseñe cómo administrar el tiempo en prioridades esenciales (Léase Efesios 5:16).
La Biblia cubre todos las áreas de nuestra vida cristiana. En sí misma es suficiente y nos instruye a ser glorificadores de Dios (Léase 2 Timoteo 3:15-17). De este modo, sabremos cómo hemos de pedir conforme a la voluntad de Dios, con ayuda del Espíritu Santo, y sí las peticiones son buenas para nosotros según el criterio divino, se nos dará.
Continuaremos en nuestra última parte de esta serie.
¡Sólo a Dios la Gloria!