viernes, 5 de abril de 2013

LO QUE NO ES ORACIÓN: ORAR BUSCANDO SU PRESENCIA DEPENDIENDO DE LAS EMOCIONES Y DE LOS SENTIMIENTOS

Salmo 42:3 “Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?”.

Explicación para una aplicación práctica: Es fácil olvidarse de Dios cuando se está en medio de la angustia y bebiendo lágrimas. También es muy fácil desecharle cuando, en nuestro entendimiento limitado, queremos contenerle en nuestras circunstancias para que Él se acomode a ellas. En el fragor de los días turbios, al final de la jornada, nos parece que el Dios en el que creemos es sordo y silente. Por nuestra necesidad de contacto y las fibras sensitivas en nuestro organismo psicológico, es lógico que en nuestro cuarto de oración queramos “sentir” Su presencia para ser fuertes e invencibles y proclamar: “¡Somos triunfantes en Cristo!”. En esta última expresión tendemos a decirla con un curioso acento épico. 

Queremos experiencias gratuitas del Espíritu o manifestaciones y visos de Su Santidad, muy al estilo de Isaías 6, para quebrantarnos hasta la médula del ser. O que nos renueven fuerzas de forma sobrenatural, como en Isaías 40. Sin embargo, olvidamos que dichas experiencias son limitadas y raras en determinadas ocasiones; que no digo que no sucedan y tampoco sean malas. Pero seamos honestos: No suceden todo el tiempo, todos los días, a cada minuto. Suceden cuando realmente hemos deseado ser vasos quebrados para el Alfarero y Redentor y con todo el corazón derramado a Sus pies. Y Él nos permita vivirlas. Si somos realmente quebrantados y proclamadores de Su gloria. 

Un ejemplo básico de lo afirmo, con la Biblia, es Abraham, quien en el resto de más de la mitad de su vida, ha tenido una media de una visita divina cada 15 años. Imagínese vivir 15 años sin oír voces, ni tener sueños, ni una Palabra más que la que ratificara la promesa del Pacto y de su descendencia. En cambio, a Abraham se le conoce como el “Amigo de Dios”. ¿Sabe usted por qué? Por una sencilla razón: Por su fe. Según la Epístola a los Hebreos, en el capítulo once (conocido también como el “Salón de los héroes de la Fe”), nos enseña que Abraham le creyó a Dios en cada uno de Sus propósitos eternos. Abraham creyó a pesar de no escuchar la voz de Dios ni de estar en Su presencia en un promedio de cada quince años. Él creyó por fe a lo largo de su vida en la Tierra, y no por buscar experiencias emocionales y sobrecogedoras. 

Sienta no sienta, experimente o no experimente la gloria del SEÑOR, Dios en Cristo ha prometido Su presencia con nosotros. Es un asunto de fe, no tratando a amoldar a Dios en nuestros términos y circunstancias; sino en los Suyos. En realidad, somos nosotros quienes andamos como sordos y silentes e ignorando Su voluntad para nuestro diario vivir. Nuestro SEÑOR Jesús lo dijo enfáticamente:

Mateo 28:20 “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.

Vivir cada día creyendo que nuestro SEÑOR permanece con nosotros siempre es una certeza y una realidad mucho más excelsas y por encima de las experiencias que por gracia nos pueda conceder; pues la fe en Su presencia nos asegura dependencia de Él, sin añadir nada más a ella. 

Por último, si reconocemos este principio básico en nuestra oración y comunión con nuestro Sabio Dios, comprendemos que la fe ve más allá de lo que vemos en un agujero diminuto de la perspectiva humana; la fe observa y contempla con lentitud todo el cuadro completo de la Soberanía de Dios... y claro, nos enseña a esperar en Él.

¡Sólo a Dios la Gloria!

Posdata: Cuando hablo de las experiencias de la manifestación de la Gloria del SEÑOR y Su Santidad, no hago alusión a las falsas experiencias carismáticas y antibíblicas. Hablo de aquella que nos quebranta para permanecer en un estado profundo de adoración, humillación y temor de Dios.