jueves, 11 de septiembre de 2014

¿A QUIÉN IREMOS?...

Juan 6:66-68 “Como resultado de esto muchos de sus discípulos se apartaron y ya no andaban con Él.  Entonces Jesús dijo a los doce: ¿Acaso queréis vosotros iros también? Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

En este punto de la narrativa del Evangelio de Juan, Jesús tenía una multitud de personas que alegaban ser Sus discípulos. Se reunían con Él donde fuere posible para escuchar Su mensaje y Su doctrina, tan distintas de las que enseñaban los Escribas y Maestros de la Ley. Pero cuando el mensaje de Jesús confrontaba directamente el estado real del corazón de cada uno de ellos, su pecado y su maldad, muchos le dieron la espalda para no seguirle más. Aquí vemos cómo nuestro SEÑOR desafía a los doce, a sus más íntimos: “¿Ustedes también quieren dejarme? ¿Realmente creen en Mí y en lo que les he enseñado acerca de Dios o han vacilado en sus corazones?…”. Podemos imaginar que hubo alguna clase de silencio incómodo. Nadie dijo nada. Mientras Él pregunta estas cosas, veían partir a mucha gente que no quería seguir a Su líder y Maestro. Parecía que muchas de sus esperanzas mesiánicas se habían venido abajo. El apóstol Pedro rompe abruptamente ese silencio y se alza como portavoz de los demás: “SEÑOR, ¿A quién iremos? Si sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. De esta declaración podemos extraer algunas verdades cruciales.

Si no tenemos vida eterna, por tanto somos muertos

Lo que implica que si Jesucristo tiene vida eterna para ofrecernos, entonces nosotros carecemos totalmente de ella. De hecho, la Escritura nos dice que todos estamos muertos espiritualmente. ¿Muertos en qué sentido? Muertos en delitos y pecados contra Dios (Léase Efesios 2:1-3). Podemos considerar que el ser humano nace muerto en dos aspectos:

(a) Muerto en el aspecto de que está incapacitado para buscar a Dios como la fuente de toda vida espiritual (Léase Romanos 3:9-20).

(b) Muerto en el aspecto de que se complace y ama sus malas obras (Léase Juan 3:19-20).

La verdadera vida eterna, pues, es todo lo contrario a estos principios de la naturaleza humana corrompida y ambos nos llevan a la misma conclusión: Una existencia sin Dios es la peor de todas las muertes inimaginables. El hombre natural está incapacitado para la vida que emana de Su Creador, pero muy presto para vivir y amar las cosas que Él aborrece. En unas palabras: el hombre es pecador. Ese es el gran problema del ser humano, que es pecador por constitución y naturaleza (Léase Romanos 5:19). Pero… ¿Qué es el pecado? El pecado es rebelión contra Dios y contra Su Santa voluntad (Léase 1 Juan 3:4). Si esto es el pecado entonces somos dignos de ser llamados pecadores. Quiero ahondar un poco más en este punto.

Todos nuestros problemas, sufrimientos como el hambre, la enfermedad, la pobreza, la violencia, entre otras muchas cosas se debe al pecado del hombre que mora en él. Es esclavo del pecado, debido a que no se quiere ajustar a lo que el SEÑOR ha dicho sobre cómo hemos de vivir nosotros, conforme a lo que ha revelado en Su Palabra. Se debe a que no tenemos una relación correcta con Dios. Ese es el meollo de nuestro problema. Pretendiendo ser más inteligente y sabio que su Creador, el hombre piensa que tiene mejores ideas acerca de cómo hemos de vivir a diferencia de lo que Él ha mandado, que puede administrar su alma y su vida mucho mejor que Él. Como consecuencia de no vivir de acuerdo a Sus mandamientos, de acuerdo a Su voluntad, de acuerdo Sus reglas legales, de negar la revelación especial de las Escrituras; todos padecemos Su justo juicio y Su ira (Léase Romanos 1:18, 32; 2:2-3, 5: 3:19). El más terrible sufrimiento que podamos padecer es vivir una eternidad sin Él teniendo a la muerte como el umbral de ella (Léase Romanos 6:23). Debido a que somos aborrecedores de todo lo bueno, todo lo santo y todo lo puro. Es la razón por la que morimos y no podemos disfrutar de la plenitud de la vida eterna. Dicho de otro modo, la muerte es evidencia de que no podremos vivir eternamente, puesto que en nuestros corazones aborrecemos a Dios por voluntad propia (Léase Romanos 1:30; Mateo 12:34; 15:19; Proverbios 23:7). Le quitamos a Él Su trono para gobernar nuestras vidas, de la misma manera que aquellos que creyeron ser discípulos de Jesús y luego le abandonaron porque no quisieron negarse a sí mismos ni tomar su cruz y seguirle sin importar el costo (Léase Lucas 9:23).

Por tal razón no tenemos soluciones permanentes a todos los problemas y sufrimientos que incomodan a nuestro propio modo de vivir ni los de nuestro mundo. El pecado es lo que nos separa de Dios y hace división entre Él y nosotros todos los días (Léase Isaías 59:2). Por cuanto todos sin excepción nos hemos rebelado contra Dios, estamos separados de Su bendita y gloriosa presencia (Léase Romanos 3:23). Si nosotros no tenemos vida eterna por causa de nuestro pecado, entonces: ¿Cómo podemos librarnos de su poder y su influencia bajo los cuales estamos presos? De esto hablaré en el siguiente apartado.

Jesús es la dirección correcta que Dios señala

La respuesta la encontramos precisamente en la dirección que Pedro está señalando en este pasaje: “¿A quién iremos?”. ¡Esa es la pregunta! ¿A quién iremos? Porque nadie tiene en sus manos la solución del problema de nuestra corrupción moral e interior. Nadie tiene el remedio para aliviar nuestras aflicciones y nuestra miseria espirituales. La solución no está manos de la Política, de la Psicología, de la Educación, de la Economía, de la Seguridad pública. En ninguna manera. Estamos hablando de un asunto que entra en la realidad de la eternidad. Si se trata de un asunto de la eternidad, no se puede relacionar con remedios temporales y terrenales, ¡En ninguna manera!… ¿Puede un ciego de nacimiento por sus propios medios humanos recuperar la vista y conocer la luz del sol? ¿Puede un mudo por su propio esfuerzo articular palabras comprensibles y bien pronunciadas? En ambos casos la respuesta es negativa. De igual manera es con todo impío que no puede remover de su interior su propio mal natural. Alguien que es preso del pecado no puede librarse de su dominio porque ha sido vencido por él sin el menor intento. Por tanto, la respuesta de nuestra liberación está en manos de un Dios eterno. Pedro responde: “SEÑOR, sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. ¿Quién creó el concepto de la eternidad? ¿Quién tiene el poder y el acceso a la vida eterna? Dios le revela al apóstol la respuesta: El SEÑOR Jesucristo.

Definamos, pues, ¿Qué es la vida eterna? Es conocer al único Dios verdadero y a Jesucristo, a quién Él ha enviado (Léase Juan 17:3). Quién ve a Jesús, ha visto a Dios (Léase Juan 14:9). Jesucristo es el camino, y la verdad, y la vida (Léase Juan 14:6). Él es la resurrección (Léase Juan 11:25). Él es el único mediador entre Dios y los hombres (Léase 1 Timoteo 2:5). Él es Dios encarnado, quien vino a buscar y salvar lo que se había perdido (Léase Juan 1:1-3; 1 Juan 5:20; Lucas 19:10). Él vino a dar vida, y vida en abundancia (Léase Juan 10:10). Él es el autor de la salvación (Léase Hebreos 12:1-2). El Justo por los injustos para llevarnos a Dios (Léase 1 Pedro 3:18). Seremos verdaderamente libres Si Cristo nos liberta del poder del pecado (Léase Juan 8:36). ¿A quién iremos? Iremos a Jesús.

Las palabras de vida eterna: El glorioso Evangelio

El Apóstol Pedro dijo: “Sólo tú tienes PALABRAS de vida eterna”. Es decir, La vida eterna que Jesús nos da, es por medio de “palabras”. Se trata de un mensaje específico. ¿Cuál mensaje? El Mensaje del Evangelio. El Evangelio es la proclamación de la vida, persona, obra, muerte, resurrección, ascensión y exaltación del SEÑOR Jesús. Y ese mensaje muestra a Jesús como el objeto de nuestra fe y la única vía de salvación. Predicamos a Cristo crucificado (Léase 1 Corintios 1:23).

Pero ¿Qué fue lo que Él hizo para ser el Autor de nuestra salvación? ¿Cómo hizo posible nuestra liberación? Él vino, vivió y murió para salvar a Su pueblo de sus pecados (Léase Mateo 1:21). Su vida se derramó en una cruz, se convirtió en el receptáculo de todas nuestras transgresiones e iniquidades contra Dios; a fin de reconciliarnos con Él y recibir Su perdón (Léase 1 Corintios 15:3-4; Isaías 53:5, 10; Romanos 5:11; 2 Corintios 5:18; Lucas 1:77; Hechos 10:43). Él cargó sobre sus hombros el castigo y la ira de Dios que nosotros merecíamos recibir (2 Corintios 5:21; 1 Juan 1:1-2). Murió como un Cordero santo y sin mancha, cargando con nuestros pecados en un madero, a fin de remover nuestra culpa y darnos vida, vida eterna, una eternidad y comunión inquebrantable con Dios (Léase 1 Pedro 1:18-21; Léase Juan 3:16; Romanos 5:8). Tener vida con Dios, significa que mis pecados ya no son una barrera para tener una relación correcta con Él y poder disfrutar de Él y adorarle para siempre.

Por tanto Dios demanda a todos los hombres, y en todas partes que se arrepientan y crean en el nombre de Jesucristo (Léase Hechos 17:30). El que encubre su pecado no prosperará, mas el que lo confiesa y se aparta de él, hallará misericordia (Léase Proverbios 28:13). Reconozcamos que estamos siendo afligidos por la esclavitud del pecado (Léase Juan 8:34). Por tanto, dice el SEÑOR: “Vengan a Mí, todos los que están cansados y trabajados, y Yo los haré descansar” (Léase Mateo 11.29); “Vengan ahora –dice el SEÑOR– y pongámonos a cuenta. Aunque sus pecados son como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Léase Isaías 1:18); y “el que a Mí viene –dice el SEÑOR– Yo no le echo fuera” (Léase Juan 6:37). Sólo en Él tenemos acceso al Trono de la Gracia para hallar misericordia y oportuno auxilio (Léase Hebreos 4:16). ¿Está listo para admitir su pecado? ¿Reconoce su necesidad de liberarse? Hoy es el tiempo aceptable, hoy es el Día de salvación: Arrepiéntase de su forma de vivir contra Dios y crea en el glorioso Evangelio del SEÑOR Jesucristo (Léase 2 Corintios 6:2; Marcos 1:14-15).

Recuerde: ¿A quién iremos? ¡A CRISTO! ¡Sólo Jesucristo tiene palabras de vida eterna!

¡Sólo a Dios la Gloria!