lunes, 8 de septiembre de 2014

DELEITÁNDOSE EN EL DIOS SANTO (Salmo 37:4) | 1era. Parte

En nuestro día tras día, existen muchas cosas nos puede provocar deleite. Nosotros concebimos la palabra "deleite" en el sentido de todo aquello que podamos disfrutar. Por ejemplo: El deleite de compartir un momento especial con los hijos, cuando son niños, y piden a su padre que actúe como el héroe de sus sueños. El deleite de la madre que recibe, con lágrimas, una humilde flor de parte de una niña. O el deleite que surge entre un hombre y una mujer que se aman a pesar de los tiempos difíciles y de las carencias económicas. O el simple deleite de saborear un helado de chocolate. Mucho de lo que llamamos “deleite”, lo asociamos con el tiempo en que disfrutamos aquellas cosas que nos produce placer o bien, es un término subjetivo y acomodado a nuestras preferencias. 

Pero cuando hablamos de “deleitarnos en Dios”, la idea por sí misma es algo fuera de lo común. Esto se debe a el hombre natural no halla su deleite en Dios, sino en las cosas que son contrarias a Él en este mundo: 

1 Juan 2:15-17b “No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus pasiones”. 

Su corazón se inclinan a sus propias concupiscencias (Léase Tito 3:3; 1 Pedro 4:2; 2 Pedro 3:3). Su mente se ocupa de la carne, en contraste del cristiano que se ocupa en una mente espiritual: 

Romanos 8:5-8 “Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. 

Por tal motivo, alguien que no quiere relacionarse en ninguna manera con su Creador, NO puede hallar deleite en Él. Esto es algo exclusivo a los que son hijos de Dios. Pero ¿Qué es el deleite? Esto es lo que analizaremos con un texto muy conocido de uno de los Salmos del Rey David. A lo largo y ancho del contexto panorámico de este salmo se debate esa eterna pregunta: ¿Por qué sufren los piadosos mientras que los impíos prosperan en todo?... Y en medio de esta cuestión, resalta este precioso versículo: 

Salmo 37:4 “Pon tu delicia en el Señor, y Él te dará las peticiones de tu corazón”. 

Esta Escritura está muy enraizada en el área de la oración. Veremos algunos principios notables. 

Deleitándose en el SEÑOR

El rey David nos invita a "poner nuestra delicia en SEÑOR". Para comenzar, ¿Qué es deleitarse en el SEÑOR? La palabra hebrea que usó el salmista para “deleite” o “delicia” en el Salmo 37:4 viene de la palabra “anag” (STRONG H6026), proviene de una raíz primaria de “suave” o “maleable”. Es decir, deleitarse en Dios significa ser moldeado por Él, dejándose influir, persuadir y convencer por Él. Cediendo a Dios. Significa que Dios, como el Alfarero, nos modelará y rediseñará conforme a Sus propósitos. La forma en que Dios moldea, según la Revelación de las Escrituras, es hacernos cada día más conforme a la imagen, semejanza y hechura del SEÑOR Jesucristo (Léase Jeremías 18:6; Romanos 8:29; 9:20-23; Efesios 2:10; 1 Juan 2:6; 3:2-3). 

¿Pero los creyentes del AT también fueron moldeados a la imagen del Jesús? ¿Acaso David podía expresar esta idea de la maleabilidad en el salmo que escribió? Estas preguntas surgen del hecho que el Salmo 37:4 es un pasaje del AT y no hay alguna señal explícitamente Cristológica. Quien esto escribe opina que sí: Tenemos como punto a favor el contexto de toda la Escritura. De hecho, todos los héroes de la fe de Hebreos 11, que vieron a Jesús en las promesas de Dios relacionadas a Su redención y bendición han sido moldeados a Su imagen de alguna u otra manera. Por citar un ejemplo, tenemos a Moisés. Comparemos Hebreos 11:25-26 con 12:1-2: 

El objeto de nuestra fe. Poner la la mirada en el Autor y Consumador de nuestra fe, Jesucristo, quién es el "Invisible" a quién Moisés tenía puesta su vista en Él (Compárese Hebreos 12:2 con 11:26). 

Sufrir a la manera de Cristo. De igual modo, Jesús menospreció el oprobio (vergüenza) mientras soportaba con gozo la cruz; Moisés consideró como mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto (Compárese Hebreos 12:2 con 11:26). Moisés escogió ser maltratado con el pueblo de Dios (11:25); mientras que Jesús se entregó a la cruz con gozo, porque sabía que Su sacrificio daría mucho fruto (12:2, compárese con Isaías 53:10-12). 

Despojándose de los deleites del pecado. Como consecuencia del Evangelio, de Moisés y de los demás personajes veterotestamentarios se nos exhorta a tomar su ejemplo de despojarnos de todo peso del pecado (Léase Hebreos 12:1 con 11:25). Mientras que en 11:25 nos habla de "Gozar los placeres temporales del pecado", en 12:2 nos enseña a tener gozo en Cristo para sufrir con paciencia mientras nos alejamos del pecado.   

Por tanto, la misma fe salvífica que tiene por objeto a Cristo es tanto para los creyentes del AT como del NT. De alguna u otra forma los personajes del AT eran moldeados a la semejanza de Jesús. Recordemos que el propósito y el cauce de la Elección Divina para todos los creyentes de distintas épocas y lugares se hallan en Cristo Jesús (Léase Efesios 1:3-12). 

Esto implica que quienes creemos en Jesús cederemos a la influencia de Dios en nuestra vida, sencillamente nos contentamos en que “Dios es”: Su ser, en Sus virtudes y perfecciones, en Sus promesas y Su Palabra; poniendo nuestros ojos en Su Gloria manifestada en la faz de Cristo (Léase 2 Corintios 4:6; Hebreos 12:1-2). Dicho contentamiento en el SEÑOR nos moldea a la imagen del SEÑOR Jesús en lo intelectual, lo emocional y lo espiritual un día a la vez; mientras mantenemos una actitud de adoración reverente a Él. El cristiano se deleita en ser como Jesús mientras permanece en comunión con Él. Se trata de afirmar como el apóstol Pablo: 

Filipenses 1:21b “Pues para mí, el vivir es Cristo”.

Gálatas 2:20 “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. 

La Escritura nos enseña que si somos cristianos, Dios nos llevará a caminar como Jesús anduvo (Léase 1 Juan 2:6), a tener el mismo sentir acerca de la humildad y de la mansedumbre (Léase Mateo 11:29, Filipenses 2:1-8), a seguirle a Él (Léase Mateo 16:24; 23:10; Juan 13:13), a tener actitud de siervos (Léase Mateo 20:25-28), y amar de la misma manera en que Él nos ha amado (Juan 13:34-35). Todo esto mientras permanecemos en nuestro secreto, nuestro lugar de oración, mientras transitamos en una travesía de angustias y tribulaciones. Si somos moldeados por Dios, tendremos paz en medio de la tormenta, del mismo modo que nuestro SEÑOR lo vivió camino a la cruz. 

Continuaremos en el próximo artículo. Por lo pronto: 

¡Sólo a Dios la Gloria!